Opinión

Una pensión en la calle de la Ruda…y Tomelloso

Juan José Sánchez Ondal | Martes, 19 de Septiembre del 2023
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La madrileña calle de la Ruda, debe su nombre a la abundancia de esa planta de jardín, situada entre las plazas de Cascorro y la de la Cebada, en el distrito de La Latina. De ella nos habla Galdós en Misericordia al referir las gestiones de Benina, a la que: “… no le era difícil adquirir comestibles a precio ínfimo, y gratuitamente huesos para el caldo, trozos de lombardas o repollos averiados, y otras menudencias. En los comercios para pobres, que ocupan casi toda la calle de la Ruda, también tenía buenas amistades y relaciones y con poquísimo dinero, o sin ninguno a veces, tomando al fiado, adquiría huevos chicos, rotos y viejos, puñados de garbanzos o lentejas, azúcar morena de restos de almacén, y diversas porquerías que presentaba a la señora como artículo de mediana clase.”  En ella existía un mercado al aire libre, un mercado lleno de gente con sus vendedoras pregonando sus productos a voz en grito. Una calle, sucia, plagada de los desperdicios vegetales, de pescados y carnes, por la que Blasco Ibáñez nos cuenta en La Horda: “En la calle de la Ruda tuvo que agarrarse del brazo de Isidro para poder andar sobre el asfalto resbaladizo, cubierto de hojas verdes, paja mojada y escamas de pescado.”     Una calle peligrosa, en la que eran frecuentes los altercados, e incluso, los crímenes pasionales, homicidios tras una juerga, apuñalamientos, robos con sangre, etc.

“La calle de la Ruda se ha convertido en una mansión de furias, a juzgar por los descompasados gritos y obscenas palabras con que algunas verduleras allí situadas corrompen el aire, por medio del cual llegan sus inmorales dichos a oídos de jóvenes honestas y de la pacífica vecindad. Las referidas vendedoras impiden además el tránsito e insultan a cuantas personas de ambos sexos tienen la desgracia de pasar, y de vez en cuando disputan unas con otras, resultando de semejantes contiendas una salva de puñetazos, tirones de orejas, repelones y zapatazos. Esperamos que la autoridad haga cuanto esté de su parte para evitar un mal de que se nos han quejado ya varios padres de familia. Bien es verdad que es propio de la época en que vivimos. Ahora por desgracia se piensa en comprimir el pueblo, no en educarle…”, publicaba una queja en El Clamor Público en 23 de julio de 1853, p. 3.

Los personajes que la habitaban y la calle eran motivo común de poemas y coplas cómicas: “En la calle de la Ruda/ vive, si el vulgo no miente,/Pepa la Morrocotuda,/ la mejor hembra, sin duda, /que ha visto el siglo presente./ Vive con Pepa y aguanta/ las costumbres de la indina / su madre, que es la cambianta/ más famosa y menos santa/ del barrio de La Latina…” o “En Madrid, cerca del Rastro,/ en la calle de la Ruda,/ de la taberna del Tuerto/ en una trastienda oscura,/ arrimados a una mesa/ que lamparones deslustran/ la rota botella a mano/ y a mano la caña sucia,/ sobre si mucho te quiero,/ sobre si achares me abruman,/ charlando están Pepe, el Bizco,/ y Sebastiana, la Chula./ Quéjase ésta de que el otro/ la de tormento con dudas,/ la obligue con bofetadas/ y la requeme con pullas/…”

 El habla de las verduleras y los habitantes de la zona se hizo famoso. Un habla mordaz, ágil, y descarado del que se nutriría Carlos Arniches en sus obras.

Las verduleras de la Ruda eran mujeres curtidas por un trabajo duro en el que era obligado pelear constantemente con sus vecinas de puesto, con las clientas, con los guardias. Muchas veces aportaban el único sueldo que entraba en la casa. Desde niñas aprendían el trabajo y la verdulera solía serlo por descendencia de línea materna. No fueron pocos los motines de las verduleras ocasionados generalmente con motivo del cobro de las tasas municipales, siendo famoso el promovido en julio de 1852, cuando el Ayuntamiento elevó la tarifa de quince céntimos por banasta de fruta a cincuenta. Al motín, que concluyó con multitud de heridos entre los amotinados y las fuerzas del orden y consiguió que se retirara la subida del tributo, dedicaba la casi totalidad de su número del domingo 3 de julio, El Siglo Futuro.

¿Pero tiene algo que ver todo cuanto antecede con Tomelloso? Algo sí, aunque poco.

 Decíamos que los personajes y la calle de la Ruda eran motivo común de poemas y coplas cómicas. En efecto, podemos añadir el que, firmado por Arturo Díaz y Adame, publicó la revista Gutiérrez (Madrid). 14/7/1934, página 2, contiene el lamento del escritor que, tras mudarse de pensión a la calle de la Ruda, es incapaz de concentrarse, ante el griterío de las verduleras, en la escritura de un drama para el famoso actor José Mesejo (Madrid, 18 de marzo de 1842-Madrid, 16 de enero de 1911), que en el Teatro Apolo estrenó sainetes como El santo de la Isidra y Doloretes, de Carlos Arniches, y zarzuelas, como La Gran Vía, La verbena de la Paloma o La revoltosa. El poema que alude a Tomelloso, en el que residía el marido de su nueva patrona, titulado “Casa imposible”, dice así:

“Tarifé con la patrona/ esta semana pasada, /porque me echó en la ensalada/ media pieza de cretona;/ e intoxicado, sin duda, / no medité lo que hacía, /mudándome al otro día/a la calle de la Ruda. /Seis duros, largos de talle, /pago por una alcobita, / tan decente, tan bonita, / con su balcón a la calle;/ pero, querido lector, /no te puedes figurar/ lo que tengo que aguantar/ en esta vivienda, ¡horror!... / Como me gano el sustento/ emborronando cuartillas, /me saca de mis casillas/ cualquier interrumpimiento; / y, la verdad al decir, / me desespero de veras. / i Las pícaras verduleras /no me dejan escribir!... /Estoy acabando un drama/ al simpático Mesejo,/ que se titula: ¡Un vencejo... /o los hierros de mi cama!..., /y cuando voy combinando/ un pensamiento feroz,/ dice en la calle una voz: /—¡Vivitos y coleando!... /Voy a escribir cualquier cosa/ de interés, y oigo de nuevo:/ —¡La coliflor para el huevo!... /—¡Tomates como la rosa!   / ¿Quién escribe de este modo/ para cosecharse fama? / A no ser que escriba el drama/ con verduleras y todo... /¿Quién refiere sentimientos /ni rebusca consonantes, /si no encuentra más amantes/ que alcachofas y pimientos?/ Mi patrona, doña Marta /(que es una bella persona/ a pesar de ser patrona), /me hizo escribir una carta/ para su esposo Zenón, /que vive en el Tomelloso, /y yo, por "querido esposo", /puse "querido limón". / ¿Qué más? Ayer tarde vino/ mi buen hermano Marino, /y por—"¡Hola, buen hermano!", / le dije: —"¡Hola, buen pepino!"... / ¡Dios mío, qué situación! /No puedo seguir así. / ¡Si no me mudo de aquí, /me arrojo por el balcón!”

El mercado al aire libre de la calle de la Ruda, con sus famosas verduleras, desapareció después de la guerra civil, pero no así alguna de las pensiones de la calle. En una de ellas estuvo hospedado algún tiempo, en los años sesenta del pasado siglo, mientras cursaba su carrera de Medicina, mi primo el doctor Sánchez Vegas, al que le será grato recordar aquella época y al que dedico este trabajo.

Madrid, 19 de septiembre de 2023.

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