En el 113 de la calle Nueva encontramos la preciosa cueva de Ángel Díaz, ejemplo de buen cuidado y conservación, lo que viene ser en cierto modo un homenaje a su abuelo, Ángel Salinas, que fue el vinatero de la familia. La cueva no es de grandes dimensiones, pero guarda en su interior ocho tinajas de cemento de 450 arrobas de capacidad y recurriendo al dicho popular al que tantas veces utiliza nuestro experto, José María Díaz, “era de un picholero bueno”. En nuestra visita a la cueva que Ángel y su esposa nos enseñan amablemente, nos acompaña también la arquitecta, Ana Palacios.
A la cueva se accede por una escalera ancha que tras un corto primer tramo, dobla a la izquierda. Es una escalera protegida por paredes de tierra encaladas y un techo abovedado en arco de medio punto. A mitad de camino encontramos una fresquera y también la contramina de acceso al jaraíz del que hablaremos más adelante. Los peldaños están revestidos de cemento, mientras que las paredes alternan la cal con zonas de tierra a causa de algunos desprendimientos que, antiguamente, trataban de evitarse con tierra de La Roda. Los propietarios quieren encontrar una solución a este problema.
José María ofrece la explicación de que “cuando se uniformaba el techo con tierra, quedaba bonito, pero se podían producir desprendimientos”. Las tapas de las tinajas son de goma y los envases, que alguna vez alquiló la cooperativa Virgen de las Viñas, tienen tapones a dos alturas para obtener diferentes calidades de vino. El suelo está en cemento y en un extremo se encuentra el pocillo que recogía el mosto que se derramaba.
El balaustre presenta un aspecto impecable, no tiene una sola grieta y está adornado con una conseguida moldura. El constructor de las tinajas fue Justo Espinosa. La cueva no tuvo nunca tinajas de barro. El techo está horadado por una lumbrera con un estrecho desgarre trapezoidal que enseña las distintas capas del terreno. En el jaraíz, que vemos a continuación, hay otra lumbrera. Contiene dos prensas, una más reciente, eléctrica, y otra más antigua de barrón, además de una destrozadora y otros curiosos aperos como remecedores, horquillos con puntas redondeadas para no dañar las lonas, alguna bombona y una colección de botellas de vino de bodegas de Tomelloso y otras zonas vitícolas. Vemos también el pozo del orujo. José María recuerda el agradable sonido que hacían las prensas cuando estaban en marcha, justo después de limpiarse, de ahí que a una de sus partes se le diera el nombre de guitarra. El propietario mueve ambas prensas y también probamos nosotros para detectar que era un buen ejercicio trabajar con ellas.
Una visita exquisita que finaliza en la calle. Los propietarios explican el problema que tienen cuando llueve pues apenas hay bordillo y cuando llueve con fuerza entra bastante agua en la calle. "Expusimos la queja al Ayuntamiento y les propusimos que subieran el acerado, pero nos dijeron que no era posible por motivo de estética". A pesar de este inconveniente, Ángel y su esposa conservan con orgullo su cueva.
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