Llevo un
rato sentado en la mesa de siempre, en la cafetería de cada semana. Te comenté,
amigo lector, lo que al comienzo fue pura coincidencia, lo hemos hecho
costumbre; un par de días a la semana nos juntamos Ciri y yo para comentarnos
alguna incidencia, acuerdo, preocupación o noticia que pudiera interesarnos a
los dos.
Han
trascurrido diez minutos desde la hora que habíamos quedado y posteriormente
confirmado por WhatsApp para reunirnos y todavía no ha llegado. Es la segunda
vez que viene el camarero a preguntarme si trae el café o prefiero seguir
esperando. Le he respondido que lo segundo. Pasa el cuarto de hora, decido
avisar para que me traigan la consumición acostumbrada, cuando veo a Ciri
resoplando con la gorra en la mano, quitándose la gabardina. Intenta colgarlas
ambas en la percha, pero por la premura que trae, ha caído la “cubre cabezas
al suelo” en dos ocasiones. Desiste en el intento de encajarla en la percha,
la sacude contra su muslo, para desprenderle la posible pelusilla del
entarimado y llega hasta la mesa de costumbre.
—Perdona,
perdona, perdona…
—Tranquilo,
Ciri, tranquilo. Respira, sosiega que te va a dar algo, —le insisto con
intención de ayudar a mejorar su situación.
—Cómo voy
a tranquilizarme si soy tonto de remate, mi tontuna no tiene solución,
—responde obseso y terco.
Me
preocupo por mi amigo, nunca lo había visto alterado de este modo. Tiene las
venas de la frente como enredadera en torno a una encina. Los ojos se le mueven
a la velocidad de la luz. Va a sentarse y a punto ha estado de volcar la silla.
Se acerca
por enésima vez el camarero, ahora con intención de prestar ayuda solventando
la situación; le hago un gesto con la cabeza para que no se aproxime hasta
nosotros, so pena de empeorar el cuadro que estamos dando; levanto dos dedos de
mi mano izquierda, en una mímica, que acabo de inventar, pidiendo que nos
traiga la consumición sabida. Me comprende sin pestañear, levanta el dedo
pulgar comunicando que ha entendido. Qué inteligente es este hombre, “las coge
al vuelo”. Le doy las gracias guiñando el ojo izquierdo en sentido
confidente.
Ínterin,
Ciri, va recobrando la respiración, baja la presión sanguínea de sus venas, me
mira como avergonzado, retira la mirada pidiendo consuelo a la cestita
contenedora de las servilletas, suelta un bufido que le sale del fondo del alma
y vuelve a sacudir la cabeza.
—¿Nos
vamos calmando…, amigo?
—Sí, sí,
ya estoy mejor.
Al olor
del café con leche calentito y a la vista de las dos magdalenas enfrascadas en
salirse del molde, mi compañero cambia la cara como por ensalmo.
Inconscientemente le asoma una sonrisa en los ojos revoltosos de antes. Observo
cómo levanta la cara buscando con la nariz el perfume que estalla en la taza y
desoye el mandato del camarero al despedirse:
—Jóvenes,
disfrutad de los manjares y de vuestra charla.
Silencio…,
Ciri rasga el sobrecito del azúcar, lo vierte en el líquido, lo sacude con la
intención de rebañar hasta el último granito, mira el papel, pero el interior
está vacío. Sé que es muy “galgo” y leo en su mente la conclusión: “Cada
vez escatiman más el contenido”. Le paso el mío como otras veces.
“Gracias”, responde con un halo de culpabilidad en la cara.
—¿Vas a
contarme lo que te pasa o vamos a pasar la tarde de este modo? ¿Por qué te
calificas de tonto de remate, como decías al llegar? —Me pongo serio porque
esto pasa de “castaño oscuro”.
—Te narro
lo que he pasado y tú juzgas si estoy en lo cierto o exagero. Atiende, —ordena
mi colega, mirándome retador; yo pongo cara de interés porque el asunto debe
ser grave—. En vísperas del día de Nacimiento recibí no sé cuántas
felicitaciones de “Feliz Nochebuena, Feliz Navidad!”. Cuando se acercaba el
final del año…: ¡Venga otra vez “Feliz salida y entrada de año” “Próspero año
nuevo”! Esas felicitaciones propias de estos días.
—Lógico, la
gente que te conoce te desea lo mejor en estas fiestas, —le respondo.
—Aguanta
y escucha —vuelve a mandarme Ciri—, como soy tan cumplidor y respetuoso, me he
visto obligado a responder uno por uno a todos los mensajes que he recibido.
Comenzando por los que me llegaron antes, hasta finalizar; ciento veintisiete
en total. Créetelo los he contado por gusto. Me hacía composición de lugar,
recordaba al remitente y respondía con la frase más apropiada. No te puedes
imaginar, se me han levantado un dolor de cabeza impresionante; gracias al
frasco de aspirinas que me he tomado estoy vivo. ¡Qué aburrimiento! Ni con las
telenovelas he bostezado tanto.
—Pero,
hombre, a quien se le ocurre semejante trabajazo. Has pecado de “pardillo”,
querido amigo, y perdona que te lo diga, lo hago con buena voluntad.
—No voy a
hacerte la contra. Lo mismo me han dicho mi mujer y mis hijos. Pero también te
digo, prefiero hacer lo que he hecho, que no responder a las felicitaciones —contesta
el “respondedor de parabienes—, a partir de ahora voy a aplicar el refrán: «Una
y no más Santo Tomás».
Son los
signos de los tiempos alineados con el afán y la necesidad del cumplimiento.
Desde que
se inventó el “copia y pega” con dos “clic” del ratón o pulsaciones del dedo
índice nos convertimos en imprentas electrónicas y quedamos bien con todos
haciendo copias “como churros hace el churrero”.
No te
preocupes, lector amigo, a pesar de la charla tan escabrosa, no se nos ha
enfriado el café ni olvidado las apetitosas magdalenas. Estamos aprendiendo a
hacer dos cosas a la vez sin equivocarnos. Es una de las intenciones para el
año nuevo.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Viernes, 23 de Mayo del 2025
Viernes, 23 de Mayo del 2025