¿Qué ocurre con las pensiones? ¿Cuáles son los motivos por
los que nadie parece entenderse? ¿Cuánto sabemos de pensiones? ¿Por qué no se
explica convenientemente cómo funciona el sistema?
Después de varios años intentando explicar el funcionamiento
de nuestro sistema de pensiones a todo tipo de público en general (y a
estudiantes en particular), he llegado a una conclusión: lo que nos interesa
del sistema es que nuestra jubilación llegue cuanto antes y en forma de pensión
igual a nuestro último sueldo. El resto son milongas.
Sin embargo, la pensión es un concepto económico, por
definición, de largo plazo y puede que, para cuando llegue, nuestros deseos no
se conviertan en realidad. Estoy completamente seguro de que la gran mayoría de
habitantes de este país sospecha que, en relación a las pensiones, algo no
termina de funcionar como debería, aunque confían en que, bien el destino, bien
nuestros políticos, terminen arreglándolo. Y todo ello, a pesar de las
advertencias de los expertos económicos a quien, por otra parte, nadie quiere
hacer caso. Piensen, sin ir más lejos, en ese ruido que hace el coche que
parece no ser nada grave, pues nuestro vehículo sigue llevándonos a todos
lados. Sabemos que deberíamos ir al taller, pero mientras no se pare, queremos
pensar que no se trata de algo urgente.
A estas alturas, creo que casi todo el mundo conoce que
nuestro sistema de pensiones es de reparto.
Tal vez no con este nombre, pero a todos aquellos a los que me he dirigido han
señalado que son las personas que ahora trabajan las que, con sus cotizaciones,
pagan las pensiones de las que ya no lo hacen. No es poco.
La primera piedra la encontramos cuando preguntamos si se
sabe que nuestro sistema de pensiones es de prestación definida. En este sistema, la pensión se calcula en
función de unos parámetros como los años cotizados o nuestro salario (a través
de la base de cotización). En relación a estos números, el sistema nos promete
una pensión determinada para siempre. Y eso es bueno, muy bueno. Sobre todo, si
tenemos en cuenta que una persona que se jubila a los sesenta y cinco años,
habrá consumido todo lo que aportó (cotizó) antes de los setenta y cinco. El
sistema, lejos de abandonarlo a su suerte, seguirá satisfaciendo la pensión
hasta su fallecimiento. No se puede decir que la Seguridad Social deje en la
estacada a las personas, sino todo lo contrario.
Como ven, una persona que viva ochenta y cinco años o más no
tiene que preocuparse por su pensión, pues la seguirá recibiendo, aunque,
contablemente, sus aportaciones en vida laboral ya se hayan agotado. Además,
suponemos que conocerán que la cotización que se realizó durante todos esos
años se ha ido contabilizando en dos partes: una, la más pequeña, a su cargo,
descontada de su salario bruto; la otra, enorme, a cargo de la empresa donde
trabajaba. Esta parte, conocida como cuota patronal, es, casi en su totalidad,
salario que no se entrega y que se aporta a la Seguridad Social. Eso sí, es una
cuota que está definida por el Estado en forma de porcentaje, por lo que bien
podríamos decir que el Estado está fijando una parte importante del salario de
las personas que trabajan por cuenta ajena.
Hasta aquí, ya sabemos que los que trabajan pagan las
pensiones con sus aportaciones, contabilizadas en dos partes y que la pensión
que recibirán se calcula de antemano en función de los años y del salario que
han recibido a lo largo de sus vidas laborales. Este sistema ha funcionado bien
en el pasado, pero presenta problemas graves desde hace años pues, por sí solo,
es incapaz de seguir pagando las pensiones prometidas. Lo que ha hecho que el
sistema presente esta falla no es más que el aumento en la esperanza de vida.
Las pensiones se satisfacen hasta la muerte y, si esta, en general, llega más
tarde, las aportaciones del mercado de trabajo (cotizaciones) no son
suficientes.
¿Qué se está
haciendo? La respuesta es sencilla. Equiparar el concepto de cotización al
de impuesto. Y no es lo mismo, pues la cotización es una cantidad que cada
persona asalariada aporta a un gran seguro para generar su derecho a pensión.
Esta cotización está calculada como un porcentaje de su salario y la pensión
prometida será similar a ese salario. Por tanto, la pensión, aunque
indirectamente, está relacionada con la cotización, entre otras variables. Así
cotizas, así será la pensión, podríamos decir. El sistema es contributivo, pues la pensión depende
de la contribución individual que cada uno ha realizado.
No ocurre así con los impuestos que son tributos sin contraprestación. El Estado no está
obligado a realizar una prestación personalizada a cada individuo que paga
impuestos. De hecho, los impuestos se utilizan para financiar gastos tan
generales que puede ocurrir que uno no llegue jamás a obtener una recompensa
individual y otros, en cambio, reciban más de lo que aportaron. Se llama
solidaridad y es la base de la sociedad. La universidad se financia con
impuestos de muchas personas que nunca acudirán a ella. Algo parecido ocurre
con la sanidad, la defensa nacional, la educación obligatoria y un largo etcétera.
Los impuestos construyen país y vertebran a la sociedad. Son generales.
¿Por qué afirmo que
se está equiparando la cotización a los impuestos? Porque la forma de
salvar el sistema de pensiones es tratar a los impuestos como ingresos de la
Seguridad Social. Si las cotizaciones no son suficientes, echaremos mano de los
impuestos para pagar las pensiones ¿Qué más da, si es todo lo mismo? Recursos
públicos.
La respuesta no es tan benévola. Los impuestos que se
dedican a tapar los agujeros de nuestro sistema de pensiones ya no se pueden
aplicar a políticas de educación, sanidad, vivienda o seguridad nacional, por
poner un ejemplo. Y esto resta oportunidades a todo el país, únicamente para
conseguir que el coche de las pensiones continúe circulando, a pesar del ruido
que escuchamos constantemente. Y todo por no ir al taller.
Si continuamos sin pedir cita en el mecánico, nuestro
vehículo terminará por pararse y, lo que podría ser una factura importante, se
convertirá en compra obligada de un nuevo utilitario, justo ahora que no
andamos para bromas. Algo parecido terminará sucediendo con nuestro sistema de
pensiones que deberá, obligatoriamente, transformarse en un sistema de cuentas nocionales, donde la pensión
será un cálculo actuarial de lo que hemos aportado, por lo que esto último se
repartirá entre los años que, de media, nos quedan de vida una vez nos
jubilemos. No hagan cuentas, la pensión será menor y esto ocurrirá de golpe,
cuando no exista más remedio. Ni siquiera nos habremos preparado, invirtiendo
por nuestra cuenta los ahorros. Por si fuera poco, al mismo tiempo, nuestros
jóvenes estarán tan mal que no podrán ayudarnos, pues habremos estado años metiendo
nuestras manos en sus bolsillos con el fin de mantener un sistema que hacía
aguas desde hace décadas.
¿Saben lo más triste
de todo? Que esto se sabe, igual que sabemos que un día cualquiera, el
coche dirá basta. Pero seguimos acelerando, a pesar del ruido que nos avisa.
Ramón Castro Pérez es profesor
de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos)
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Sábado, 27 de Julio del 2024
Sábado, 27 de Julio del 2024
Sábado, 27 de Julio del 2024
Sábado, 27 de Julio del 2024