Cuando
esta tarde he llegado a la cafetería, para la charla acostumbrada con mi amigo
Ciri, está casi desierta, fuera hace buen tiempo y la gente prefiere la terraza
y el aire templado. Pienso que mi amigo deseará la tranquilidad del interior y
me sitúo en la mesa de costumbre. No hace falta que avise al camarero, ya sabe cuándo
y qué tiene que servirnos, es la ventaja de mantener gustos.
Desde la
ventana veo acercarse al compañero que se detiene a unos pasos de la puerta y
mira al cielo. No ceja en mover la cabeza de un lado para otro, es como si
estuviera asistiendo a una exhibición de pólvora en días de fiesta y no quisiera
perderse ningún cohete, ninguna explosión. Por fin recobra su actitud de
siempre, y entra en el establecimiento, se acerca a la mesa de costumbre, en la
que estoy situado y con una sonrisa simpática me dice:
—Buenas
tardes, compañero. Ya han llegado mis amigos.
—Buenas
tardes, Ciri, —en este instante no sé a qué amigos se refiere, tiene muchos,
incluso algunos de fuera del pueblo, decido preguntarle— ¿De qué amigos hablas?
¿Son forasteros? ¿Los conozco?
—Pues qué
te respondo…, no sé si de aquí o de fuera, creo que ya estuvieron el año
pasado, si no, no hubieran vuelto. O vienen invitados por otros más viejos.
Debo estar
poniendo una cara de imbécil increíble. Soy consciente de la cordura mental del
compañero, sin embargo, esta respuesta no encaja con ninguna lógica ni formal
ni conceptual. No es que dude del equilibrio de ingesta alcohólica de mi
colega, pero no entiendo “na”… Observo que está mirándome el camarero con la
bandeja en la mano conteniendo los cafés y magdalenas acostumbrados. Se ha
quedado quieto mirándome reso, debo estar dando el espectáculo porque con suma
educación me pregunta:
—Caballero,
¿está usted bien?
—Sí, sí,
no se preocupe, gracias. Es que me había distraído unos segundos con mis
pensamientos. —Me dirijo a Ciri con modales serios arrastrando las palabras
para denotar mi mal estar y le digo— Vamos a ver, compañero ¿quiénes son esos
amigos tuyos que han venido?
—Anda…,
¿es que no los has visto? Pensaba que ya te habías enterado de su visita.
Conozco
al compañero y necesito dominar los nervios que me están estallando por dentro,
con todo se me escapa la expresión:
—¡Joder,
Ciri! ¡No sé de qué personajes me hablas! ¡Quieres hacer el favor de aclararte
un poco más!
—Te estás
volviendo viejo, amigo, ya no estás en lo que estás —me responde con la mirada
baja y a punto de estallar en carcajada. No aprendo, me la da “a la sombra del dedo”, claramente se
está aprovechando de algún despiste mío y lo está pasando en grande. Me mira
reflejando satisfacción por el rato que está haciéndome pasar y me contesta:
—Estoy
hablando de mis amigos los vencejos…, por eso no sabía decirte con seguridad si
eran los del año pasado, aunque creo que sí, tampoco estoy cierto de si vienen
con otros forasteros a quienes han invitado.
—¿Será
posible, Ciri? El enredo que has montado para esto.
—No te he
mentido en ningún momento, ni te he dicho nada que no fuera cierto. Es que con tu
afán de enterarte de todo rápidamente, algunos te llamarían “bacinísmo”,
no has comprendido lo que yo te decía.
—¿Podrías
aclárame por qué los llamas tus amigos? ¿No te irás de cubatas con ellos los
fines de semana? O ¿los vas a incorporar al grupo de amigos ciclistas
domingueros? —Confieso que estas preguntas me han salido con “mala leche”,
pero tenía que devolverle la broma. En vez de enfadarse se ríe de buena gana y
casi se le atraganta el bocado de magdalena. ¡Qué buena persona es mi amigo!
Se limpia
bien la boca, ya que se le ha pasado el ataque de risa y de vueltas a la
normalidad me dice:
—Desde
que íbamos a la escuela, ha llovido ya mucho, observé que cuando estaba cerca el
buen tiempo venían los vencejos. En mi mente de niño asocié: buen tiempo,
vacaciones, no más escuela. ¡Viva!
—Eso es
cierto, sí.
—Además
si observas su vuelo tan rápido, aparentemente sin dirección, cambiando
continuamente de sentido, se parecen a la vida de muchas personas, que viven
como sin saber lo que es importante y cambian sistemáticamente de dirección en
el pensar, en el actuar, en el ser. Además, en el griterío que de vez en cuando
producen se parecen a los recreos de los colegios donde todos chillan y vocean
para explotar de las horas en el aula.
—Vaya,
que sí.
—He leído
en internet que puede comer unos trece mil mosquitos al día, según los
biólogos. ¿Te imaginas la cantidad de problemas y enfermedades que nos evitan a
los humanos? Te comento algunas curiosidades interesantes de mis amigos los
vencejos, pueden dormir en pleno vuelo, gastan muy poca energía para moverse en
el aire planean aprovechando las corrientes de aire y su físico en forma de
media luna, cuando necesitan más impulso con batir varias veces las alas tiene
para mucha distancia. Son muy interesantes y divertidos si te gusta observar la
naturaleza.
—Sin
embargo —añade Ciri— creo que deberían estar enfadados con Dios.
—No
fastidies ¿Y eso por qué?
—Porque
cuando Dios hizo el mundo, los animales, las plantas…, a mis amigos los
vencejos les dejó demasiado corto “el tren de aterrizaje” (entiéndaseme, las
patas) por lo que no pueden posarse en el suelo, son incapaces de remontar el
vuelo. Aunque esto tiene una solución y ellos la agradecen. Cuando alguien ve, raramente,
por cierto, alguno de ellos en el suelo, enseguida lo coge y lo lanza al aire,
con lo cual, el caído, se reúne gritando
con sus compañero en un festín de mosquitos y vida.
—¡Ciri!, —digo
a mi amigo—, hoy pago yo, me has dado una lección extraordinaria y sencilla de
convivencia con los compañeros animales. Te lo mereces.
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Lunes, 5 de Mayo del 2025
Lunes, 5 de Mayo del 2025