Opinión

Enfado monumental de Ciri

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 25 de Mayo del 2024
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Tarde de viernes, reunión con Ciri, café y magdalenas. Tres bloques imprescindibles en mi tiempo de disfrute jubilado. Querido lectora o lector, que sigues cada semana nuestras tertulias, hoy tengo preparada una encerrona a mi querido compañero. Temo que se enfade, pero solo hasta un límite, va a ser una broma pesada, quizás tenga que pedirle perdón al final.

Aquí llega. Viene con su sonrisa, habitualmente optimista, pensando en disfrutar del rato. Saluda efusivo, poniéndome la mano en el hombro, mi respuesta es aparentemente cariñosa y con gesto forzado, como los políticos cuando van entrando en el Congreso rodeados de cámaras, sonriendo por fuera y de hiel hasta las cejas.

—¡Buenas tardes! —respondo tajante y seco.

Me mira Ciri levantando la ceja derecha a modo Ancelotti (entrenador del Real Madrid), pero la contraria. Seguro que lo he sorprendido absolutamente, pienso para mis adentros, y continúo en voz alta.

—Ya va siendo hora de presentar tu cuerpo serrano en este lugar de esparcimiento y recreo, aunque, viéndote, está claro que dejan entrar a cualquier individuo sin reparar en su calaña, —le recrimino con voz estertórea.

Se ha quedado mi amigo de pie agarrando la silla sin atreverse a retirarla para sentarse. Pone cara compungida para responder. A penas le sale el habla de la garganta.

—¿Cómo dices?

—¿Qué te ocurre esta tarde? ¿Vas a estar ahí de pie como un pasmarote hasta que anochezca?  —le espeto con mi semblante de enfado—. Además, se va quedar el café como un témpano como sigas perdiendo el tiempo como si estuvieras pasmado.

—¿Te pasa algo? —me pregunta con más paciencia que el santo Job.

—¡A mí no me pasa nada! Serás tú quien “viene con el paso cambiado”, Sigo en mi papel de tensar su paciencia.

—Ah, ¿no te pasa nada? Y este ataque de gilipollez extrema que te consume ¿a cuento de qué viene?

—Yo no tengo ningún ataque de nada y menos de eso que dices. Además de perder la vergüenza te comportas como un verdadero fariseo, —insisto en mi testarudez por desequilibrarlo.

Por fin termina de retirar la silla, he temido que en estas circunstancias “me la rompiera en “las costillas”. Me he salvado de milagro, pienso mirando de reojo. Se sienta sin prisas, acerca la silla a la mesa, revuelve el café en la taza con la cucharita, sin echar azúcar por eso de la hiperglucemia detectada por su médico, toma un poco de café, lo huele (este gesto lo hace siempre para detectar mejor el aroma del líquido). Parte la magdalena, también como siempre, en cuatro partes simétricas. Se ajusta la chaqueta cogiendo sus dos partes laterales, me mira de frente, mantiene la ceja tensada hacia arriba y por fin habla mostrando una cara descompuesta por la ira.

—Con que sí, ¿eh? Y tú que eres un bocazas, que pareces padecer diarrea bucal por el chorro de tonterías qué dices sin contención alguna. Ya podrías ponerte un bozal y callar “un poquitooo, hermosooo”.

Creo que he conseguido enfadar del todo a Ciri, esta última respuesta no cabe en su comportamiento educado y respetuoso. Observo que los merendantes de las mesas cercanas se mantienen pendientes de nuestras voces. He de cortar la farsa antes de dar que hablar a la gente y sobre todo no debemos molestar a los demás.

Acaba mi amigo de comer su segundo trozo de deliciosa magdalena y su inmediato trago de café. No había percibido que, a pesar de nuestra discusión, él no ha parado de merendar como siempre. No sé qué me habrá visto, pero acaba de soltar una carcajada que a punto ha estado de costarle un atragantamiento.

Entre toses, risas, pañuelo enjugando los ojos, suspiros hondos para coger aire y volver a soltarlo con fuerza, está mi amigo rojo hasta las orejas. Yo como un sieso no puedo aguantar y me une a mi amigo en el sofoco de risas agitación de manos y algún que otro pataleo en el suelo. Al cabo de unos minutos, el compañero consigue dominarse y con su sonrisa abierta me recrimina con mucho cariño.

—¿Creías que podrías engañarme? Te he calado desde el primer momento. No era tu comportamiento normal el que estabas teniendo, No cabe en ti tratar a nadie de ese modo, menos a un amigo íntimo como sé que me tienes.

—Ciri, no fardes, que al llegar y comenzar mi perorata te has quedado muy serio, como sin saber dónde meterte. Has cambiado hasta el color de la cara, te has puesto casi cerúleo por el enfado.

—Te concedo que los primeros minutos no sabía a qué atenerme, aunque inmediatamente te calé y seguí tu juego, “amiguito”. Lo que no entiendo es lo que querías conseguir con este juego.

—Por la confianza y la amistad de años que tenemos, por mi interés por la psicología, se me ocurrió esta experiencia. Especialmente porque tenía la total seguridad de que no nos enfadaríamos. Como sigues las noticias de los “Mass media” has percibido que últimamente resaltan en cada telediario o noticiario las peleas, insultos, desprecios, mentiras, exageraciones que se lanzan unos políticos a otros, incluso, como sabes, gobernantes internacionales. Más que personas serias parecen adolescentes maleducados dándoselas de “machotes”, engreídos, barriobajeros, chulos y no sé cuántos adjetivos más. Quería experimentar, aunque en broma, ese ambiente de bloqueo y desde luego violento. Mi conclusión es que se trata de momentos insoportables de tensión y de violencia.

—Claro que sí estoy informado. Coincido a fondo contigo. Pero si no es mucho pedirte, cuando tengas otra ocurrencia como esta “guárdatela en donde te quepa”. Gracias a mi inteligencia y “ojo clínico, he descubierto tu jugada y no ha llegado la sangre al río”,  —añade mi amigo soltando al final un bufido de risa y una palmada en la espalda—. Además, por haberme dado este susto, la cuenta de hoy corre de tu cartera.

—¿Será posible?

Otro día más se aprovecha para que lo invite a merendar.

Lo hago con gusto.

Un amigo como Ciri no se encuentra todos los días

Salimos de la cafetería como lo hacíamos al salir del colegio con el brazo por encima del hombro amigo.

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