Opinión

Lola Vega Molinero

| Jueves, 20 de Junio del 2024
{{Imagen.Descripcion}}

Esta tarde he pasado por tu puerta lindera con la de Cáritas, lleva muchos años cerrada, alguien ha debido limpiar el umbral y sacudir el polvo de las maderas, que comienzan a resquebrajarse suplicando una mano de pintura.

He puesto más empeño en mirarla, incluso me he detenido recordándote. El balcón continúa con la persiana echada porque no necesita iluminar tu habitación de estar y las macetas se secaron el último verano después de tu estancia.

Se ha muerto Lola Vega, la enterraron ayer por la tarde y no nos hemos enterado hasta ahora que veo la noticia en internet”, me ha dicho Pilar, mi compañera en la vida.

“Pues enhorabuena a Lola”, le he respondido con toda la calma de que era capaz y con el mayor convencimiento racional, emocional y creyente en un Padre-Madre Dios amoroso, pero con un nudo de pena en la garganta; en estos casos siempre está presente la efectividad que nos une con la persona muerta.

Sí, ENHORABUENA Y FELICIDADES, con mayúsculas. Ha conseguido a los ochenta y nueve años llegar a la Casa del Padre que tanto había soñado como CRISTIANA COMPROMETIDA CON SU FE Y CON LOS POBRES DESDE EL AMOR, también con mayúsculas.

Qué contradicciones tan radicales tenemos entre nosotros y en las liturgias funerarias cristinas católicas: “Que en paz descanse”, “Oremos para que Dios haya perdonado a nuestra hermana”, “rociamos el cuerpo de nuestra hermana en recuerdo de su bautismo para que pueda presentarse purificada ante Dios”.

Por una parte, nos confesamos fieles seguidores de Jesucristo, creyentes en su Evangelio, aseguramos rezando con el credo infinidad de dogmas, incluso relacionados con el más allá. Y a la vez utilizamos tiempos en los verbos en lo que es más deseo, añoranza y anhelo que confianza absoluta en un Padre, que nos ama hasta el infinito y nos espera después de nuestra estancia terrenal.

Continuamos creyendo en un Dios hecho a nuestra imagen y semejanza, que juzga, castiga el pecado y vigila comportamientos que vengará cuando muramos. Aplicamos a Dios el concepto de justicia con el que intentamos convivir. “Premio y castigo según sus obras”. Ese dios es más un ídolo que el Dios que nos manifestó Jesucristo. El orgulloso antropomorfismo que nos ciega.

Lola, un día en la iglesia de la Asunción cuando yo llevaba algún mes viviendo con vosotros, te dije: “Por fin conozco a Lola Vega”. Había oído hablar de ti a muchas personas de tu estilo de persona de tu colaboración en la parroquia, catequesis de niños, jóvenes, Cáritas, mujeres de la limpieza, visitas a enfermos…, vivías el día enteramente para los demás desde tu comunidad parroquial. Tu respuesta, acompañada de una sonrisa cordial, mirándome detrás de tus gafas cuyos cristales agrandaban tus ojos me dijiste: “Sí, soy yo, pero no tan importante como dices…”

A partir de ese momento fueron muchas las ocasiones en las que hablamos con toda confianza de asuntos pastorales, de fe, sociales, de ser personas con vivencia del Evangelio. No puedo olvidar la visión tan nítida que tenías en tantos asuntos, cuantos clérigos desearían tener el nivel de comprensión teológica que tú disfrutabas. Todo con una sencillez tan natural que dejaba en ridículo la humildad de muchos religiosos conventuales.

Compartí contigo la confianza absoluta en Dios, me diste muchas lecciones de vida y de fe práctica en el Evangelio.

Cuando te comenté mi decisión de secularizarme, no hiciste alardes de asombro ni me lanzaste palabras de condena ni de reproche como hicieron otros jerarcas. “Haz lo que creas oportuno, pero nunca  olvides  que Dios te querrá siempre. Y que yo sigo siendo Lola Vega y esta es mi casa si nos necesitas”, me dijiste.

Te fuiste a Madrid y pasó mucho tiempo sin vernos. Una tarde de feria en la plaza nos encontramos y nos dimos un abrazo y dos besos. Me costó bastante poder entender lo que me decías,  la enfermedad de Parkinson te impedía dominar el habla y te atacaba con movimientos incontrolados. Me cogiste la mano e intentaste muchas frases. El mensaje seguía siendo el mismo: eras una Gran Mujer derrochando cariño, atenciones y sonrisas y yo tenía la suerte de seguir siendo tu amigo.

Nos despedimos con otro abrazo y otros dos besos, fue la última vez que nos tuvimos frente a frente. No puedo ni quiero olvidar la frase que te dije, sin pensar, pero que me salió del alma: “Lola cuando estés en el cielo no te olvides de nosotros”.

Volviste a apretarme la mano…

Estas palabras hoy me han hecho derramar unas lágrimas que no son de tristeza cuanto de alegría.

Hoy sé con total certeza que estás disfrutando de la Vida.

Hoy sé que Papá-Mamá Dios te ha recibido con los brazos abiertos y con aquella frase de Jesús en el Evangelio te habrá dicho: “Lola, persona buena y fiel entra en el gozo de tu Señor”.

Hoy yo también estoy alegre y de fiesta sabiéndote en el Cielo.

No tiene lugar el luto ni el llanto, lo negro y lo triste, la pena y la desesperación, hace tiempo quedaron destruidos por un tal Jesús clavado y muerto en una cruz, en un cerro cercano, por amar tanto a las personas.

Tú, Lola Vega Molinero, fuiste testigo gigante de la Buena Noticia predicada por el Señor Jesús.

Un abrazo desde tu pueblo, Tomelloso, hasta que nos veamos de nuevo.

 

Joaquín Patón Pardina

Párroco “In Solidum” de la Parroquia de la Asunción de Nª Sª de Tomelloso desde julio de 1990 hasta septiembre de 1994.

1979 usuarios han visto esta noticia
Comentarios

Debe Iniciar Sesión para comentar

{{userSocial.nombreUsuario}}
{{comentario.usuario.nombreUsuario}} - {{comentario.fechaAmigable}}

{{comentario.contenido}}

Eliminar Comentario

{{comentariohijo.usuario.nombreUsuario}} - {{comentariohijo.fechaAmigable}}

"{{comentariohijo.contenido}}"

Eliminar Comentario

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter
  • {{obligatorio}}