Esta
tarde he pasado por tu puerta lindera con la de Cáritas, lleva muchos años
cerrada, alguien ha debido limpiar el umbral y sacudir el polvo de las maderas,
que comienzan a resquebrajarse suplicando una mano de pintura.
He puesto
más empeño en mirarla, incluso me he detenido recordándote. El balcón continúa
con la persiana echada porque no necesita iluminar tu habitación de estar y las
macetas se secaron el último verano después de tu estancia.
“Se ha
muerto Lola Vega, la enterraron ayer por la tarde y no nos hemos enterado hasta
ahora que veo la noticia en internet”, me ha dicho Pilar, mi
compañera en la vida.
“Pues
enhorabuena a Lola”, le he respondido con toda la calma de que era
capaz y con el mayor convencimiento racional, emocional y creyente en un
Padre-Madre Dios amoroso, pero con un nudo de pena en la garganta; en estos
casos siempre está presente la efectividad que nos une con la persona muerta.
Sí,
ENHORABUENA Y FELICIDADES, con mayúsculas. Ha conseguido a los ochenta y nueve
años llegar a la Casa del Padre que tanto había soñado como CRISTIANA COMPROMETIDA
CON SU FE Y CON LOS POBRES DESDE EL AMOR, también con mayúsculas.
Qué
contradicciones tan radicales tenemos entre nosotros y en las liturgias
funerarias cristinas católicas: “Que en paz descanse”, “Oremos para que Dios
haya perdonado a nuestra hermana”, “rociamos el cuerpo de nuestra hermana en recuerdo
de su bautismo para que pueda presentarse purificada ante Dios”.
Por una parte,
nos confesamos fieles seguidores de Jesucristo, creyentes en su Evangelio,
aseguramos rezando con el credo infinidad de dogmas, incluso relacionados con
el más allá. Y a la vez utilizamos tiempos en los verbos en lo que es más deseo,
añoranza y anhelo que confianza absoluta en un Padre, que nos ama hasta el
infinito y nos espera después de nuestra estancia terrenal.
Continuamos
creyendo en un Dios hecho a nuestra imagen y semejanza, que juzga, castiga el
pecado y vigila comportamientos que vengará cuando muramos. Aplicamos a Dios el
concepto de justicia con el que intentamos convivir. “Premio y castigo según
sus obras”. Ese dios es más un ídolo que el Dios que nos manifestó Jesucristo.
El orgulloso antropomorfismo que nos ciega.
Lola, un
día en la iglesia de la Asunción cuando yo llevaba algún mes viviendo con
vosotros, te dije: “Por fin conozco a Lola Vega”. Había oído hablar de ti a
muchas personas de tu estilo de persona de tu colaboración en la parroquia,
catequesis de niños, jóvenes, Cáritas, mujeres de la limpieza, visitas a
enfermos…, vivías el día enteramente para los demás desde tu comunidad
parroquial. Tu respuesta, acompañada de una sonrisa cordial, mirándome detrás
de tus gafas cuyos cristales agrandaban tus ojos me dijiste: “Sí, soy yo, pero
no tan importante como dices…”
A partir
de ese momento fueron muchas las ocasiones en las que hablamos con toda
confianza de asuntos pastorales, de fe, sociales, de ser personas con vivencia
del Evangelio. No puedo olvidar la visión tan nítida que tenías en tantos
asuntos, cuantos clérigos desearían tener el nivel de comprensión teológica que
tú disfrutabas. Todo con una sencillez tan natural que dejaba en ridículo la
humildad de muchos religiosos conventuales.
Compartí
contigo la confianza absoluta en Dios, me diste muchas lecciones de vida y de
fe práctica en el Evangelio.
Cuando te
comenté mi decisión de secularizarme, no hiciste alardes de asombro ni me
lanzaste palabras de condena ni de reproche como hicieron otros jerarcas. “Haz
lo que creas oportuno, pero nunca
olvides que Dios te querrá
siempre. Y que yo sigo siendo Lola Vega y esta es mi casa si nos necesitas”, me
dijiste.
Te fuiste
a Madrid y pasó mucho tiempo sin vernos. Una tarde de feria en la plaza nos encontramos
y nos dimos un abrazo y dos besos. Me costó bastante poder entender lo que me
decías, la enfermedad de Parkinson te
impedía dominar el habla y te atacaba con movimientos incontrolados. Me cogiste
la mano e intentaste muchas frases. El mensaje seguía siendo el mismo: eras una
Gran Mujer derrochando cariño, atenciones y sonrisas y yo tenía la suerte de
seguir siendo tu amigo.
Nos
despedimos con otro abrazo y otros dos besos, fue la última vez que nos tuvimos
frente a frente. No puedo ni quiero olvidar la frase que te dije, sin pensar,
pero que me salió del alma: “Lola cuando estés en el cielo no te olvides de
nosotros”.
Volviste
a apretarme la mano…
Estas
palabras hoy me han hecho derramar unas lágrimas que no son de tristeza cuanto
de alegría.
Hoy sé
con total certeza que estás disfrutando de la Vida.
Hoy sé
que Papá-Mamá Dios te ha recibido con los brazos abiertos y con aquella frase
de Jesús en el Evangelio te habrá dicho: “Lola, persona buena y fiel entra en
el gozo de tu Señor”.
Hoy yo
también estoy alegre y de fiesta sabiéndote en el Cielo.
No tiene
lugar el luto ni el llanto, lo negro y lo triste, la pena y la desesperación,
hace tiempo quedaron destruidos por un tal Jesús clavado y muerto en una cruz, en
un cerro cercano, por amar tanto a las personas.
Tú, Lola
Vega Molinero, fuiste testigo gigante de la Buena Noticia predicada por el
Señor Jesús.
Un abrazo
desde tu pueblo, Tomelloso, hasta que nos veamos de nuevo.
Joaquín
Patón Pardina
Párroco “In
Solidum” de la Parroquia de la Asunción de Nª Sª de Tomelloso desde julio de
1990 hasta septiembre de 1994.
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Jueves, 15 de Mayo del 2025
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