En la calle Nueva número 118 disfrutaremos mucho viendo la cueva de Jua Naranjo y Lola Delgado, dos profesionales sanitarios que adquirieron una vivienda que perteneció a los Cebollas, la última familia que elaboró vino en esta joya de últimos del XIX o principios del XX. Nos impresiona una larga contramina, puede que sea la de más longitud de todas las que hemos visto hasta la fecha, que nos conduce a una cueva que contiene otros bellos y curiosos elementos.
El puente y el balaustre pertenecen también intactos en una cueva que alberga trece tinajas de cemento y dos de barro. Un hueco delata que hubo alguna tinaja de barro más de unas trescientas arrobas de capacidad con base muy estrecha. Las de cemento son de distinto tamaño, las haya de 500 y 400 arrobas. Unos rabos estriados pintados en blanco van separando las tinajas. Por arriba están unidas por un empotrado pintado en sanguina y rematado por ese balaustre que parece hecho ayer mismo.
El techo aparece en la pura tosca, luciendo ese color terroso tan auténtico que realza más con la luz del sol que entra por sus dos lumbreras. Ambas tiene un estrecho desgarre trapezoidal que permite medir el grosor de la tosca, algo más de un metro. También descubrimos parte de la canaleta que conducía el mosto a las tinajas. También hay dos pozatas que recogían el mosto que se pudiera derramar y una fresquera.
En un día estival, se agradece la temperatura de una cueva en la que no hay rastros de húmeda. José María Díaz, el experto tinajero que nos acompaña, junto a la arquitecta, Ana Palacios, descubre la mano de su padre en algunas de las tinajas. Otras fueron realizadas por los Cotas, parientes de los conocidos constructores de los bombos.
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