Opinión

25 de noviembre - Violencia machista y adicciones: el dolor detrás del silencio

Esmeralda Jiménez Alcañiz | Lunes, 25 de Noviembre del 2024
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Hoy, 25 de noviembre, conmemoramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una fecha que nos recuerda la magnitud de una realidad devastadora que afecta a millones de mujeres en el mundo. Esta violencia no solo se manifiesta en golpes, gritos o amenazas; también deja cicatrices invisibles que muchas veces las víctimas intentan silenciar recurriendo a salidas desesperadas, como las adicciones. 

Cuando una mujer vive bajo el impacto constante de la violencia –física, psicológica, económica o sexual–, su cuerpo y su mente entran en un estado de alarma permanente. El trauma deja heridas profundas que pueden llevar a una sensación de desamparo, ansiedad crónica y aislamiento. En este contexto, algunas mujeres pueden desarrollar patrones de consumo de sustancias, no como una “salida” o una elección consciente, sino como una respuesta involuntaria a ese entorno de estrés y dolor. 

La violencia machista y las adicciones están estrechamente relacionadas. Las mujeres que viven en entornos de abuso suelen cargar con un dolor emocional profundo, muchas de ellas encuentran en el alcohol o las drogas un escape temporal al trauma que las consume. Sin embargo, este intento de alivio suele convertirse en un nuevo laberinto, un círculo vicioso que las deja aún más vulnerables. 

El impacto de esta doble problemática es evidente. Por un lado, las mujeres víctimas de violencia tienen un riesgo de desarrollar adicciones. Por otro lado, las mujeres con adicciones suelen enfrentarse a un estigma social que las descalifica, las invisibiliza y, en muchos casos, las empuja a entornos donde el abuso se perpetúa. La combinación de violencia y adicciones no solo afecta su salud física y mental, sino que también dificulta que busquen o reciban la ayuda que tanto necesitan. 

Es importante que entendamos algo: la violencia no empieza con un golpe. Empieza con el control, las humillaciones, las agresiones psicológicas y sexuales. Y las adicciones no son una elección deliberada, sino una respuesta al dolor y al trauma.

Juzgar a las mujeres que enfrentan estas situaciones no solo es injusto, sino que perpetúa el círculo de violencia y aislamiento. 

Como sociedad, tenemos el deber de romper esta cadena. Esto implica no solo denunciar y combatir la violencia machista, sino también generar espacios de apoyo donde las mujeres puedan sanar. Es urgente promover programas de rehabilitación adaptados a sus necesidades, ofrecerles redes de apoyo emocional y, sobre todo, garantizarles entornos seguros donde puedan reconstruir sus vidas. 

Hoy, alzamos la voz por las mujeres que han sido víctimas de violencia. Pero también por aquellas que, en su intento de sobrevivir, han caído en el consumo de sustancias y necesitan nuestra comprensión y ayuda. Porque el camino hacia una vida libre de adicciones pasa, también, por la eliminación de toda forma de violencia. 

En Vivir sin adicciones, mi mensaje es claro: la violencia y las adicciones son problemas complejos, que debemos abordar desde la comprensión y la acción.

Trabajemos juntos para construir un mundo donde ninguna mujer tenga que buscar refugio en las adicciones para soportar el dolor, donde puedan vivir libres de violencia y con acceso a las herramientas necesarias para sanar.

Romper este ciclo es posible, pero requiere compromiso. Hoy y cada día, luchemos por un futuro donde ninguna mujer sea silenciada ni atrapada en estas cadenas. Juntas y juntos, podemos cambiar esta realidad.