Lo tenía todo planificado al milímetro. Preguntas y respuestas. Muecas. Gestos. Posibles insultos. Cualquier inimaginable réplica. Cinco meses de entrenamiento. Toma y daca frente a un espejo. Puñetazos virtuales que sabía cómo sortear. Uno tras otro.
Nunca contó con la mirada. Profunda y llena de desprecio. Le acompañaba un rictus de maldad en los labios. Un rictus que no llega a ser una sonrisa pero que deja muy patente la sensación de estar disfrutando inmensamente del sufrimiento ajeno. Una discordante oleada de pánico, rabia y dolor le aplastaba el cuerpo. Casi literalmente.
Estalló su furia. Cual caballo desbocado, salió e inundó la estancia. Simple y llanamente. Podía sentir la garganta al rojo vivo, los ojos fuera de sus órbitas, los puños cerrados comprimiendo las yemas de los dedos. Y las palabras. Las que salen despedidas, sin concierto ni razón. Las más sangrantes, incontroladas y puercas.
Nada de lo ensayado salió como debía. El sentimiento se había adueñado de su compás, campando a sus anchas, mostrando todas y cada una de sus argucias. Control cero. El espejo de la realidad le estaba devolviendo una imagen completamente distinta a la esperada. Patético espectáculo.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Domingo, 28 de Abril del 2024