"Me habéis llamado para llevar una cruz y para ser bendecido con esta
 misión y quiero que vosotros caminéis conmigo porque somos Iglesia, una
 comunidad que debe anunciar la Buena Nueva"
Estas fueron las primeras palabras dirigidas por León XIV a los 
cardenales tras ser elegido como sucesor de Pedro, un mensaje que al 
hablar de comunidad está claro no iba dirigido solamente a ellos sino a 
todos los creyentes, a quienes formamos el Pueblo de
 Dios. Llevar la Cruz no en soledad sino acompañado por y de toda la 
Iglesia. Y así lo evidenció en un momento de la Eucaristía de 
inauguración de su pontificado.
En consecuencia, es la hora del compromiso activo de los laicos en la 
misión de la Iglesia en el mundo que no es otra que misionar, 
evangelizar, ser levadura, testigos de Cristo Resucitado, pero también 
dentro de Ella, no sólo como meros receptores del mensaje,
 del cumplimiento, de una Fe para sí mismos, frecuentando los 
Sacramentos y la Caridad, sino tomando decisiones que afectan a su 
estructura.
Así lo expresaba el cardenal Luis Rafael Sako: “Un hombre solo no puede dirigir una Iglesia católica tan grande”, haciendo
 referencia a la presencia permanente de laicos entre los consejeros 
directos del Papa. (A éste, creo que importante tema, cual
 es la intervención del laicado en las responsabilidades eclesiales, 
dedicaré un próximo artículo)
Ciento veintidós años después… un Papa llamado León iniciaba de manera 
oficial su pontificado. Lo hacía presidiendo la Eucaristía concelebrada 
con cientos de obispos, (cardenales o no) y sacerdotes, con la 
participación  también de diáconos, encargados de leer
 el Evangelio en latín y griego y distribuir la Comunión y laicos 
leyendo las dos primeras lecturas, las peticiones de los fieles y 
ofrendas.
Y detrás de las representaciones oficiales de más de ciento cincuenta 
países que asistían invitados por el Papa como Jefe del Estado Vaticano,
 cientos de miles de hombres y mujeres pertenecientes al Pueblo de Dios 
que llenaban por completo el resto de la plaza,
 la Vía de la Conciliación y calles adyacentes, en un obligado pero 
lejano lugar para una celebración eclesial.
En la homilía, breve pero cargada de mensajes, habló de amor y unidad, 
de una Iglesia misionera que abre los brazos al mundo, que anuncia la 
Palabra y se deja cuestionar por la historia, Juntos, todos como un solo
 pueblo.
            
Pero en la ceremonia hubo algo novedoso, hecho al que antes aludía; fue 
la intervención en el rito de obediencia de doce personas bautizadas 
representando a la totalidad de la Iglesia. Cuatro obispos, un 
sacerdote, un diácono, una religiosa, un religioso y
 cuatro laicos, (dos mujeres y dos hombres); cada uno de los doce con su
 misión dentro y fuera de la Iglesia.