Opinión

Engañar y mentir no gusta a Ciri

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 14 de Junio del 2025
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Qué envidia! ¡Quién fuera muchacho! ¡Qué ilusión! Son las tres  primeras frases con euforia de niño que Ciri me ha dirigido, posteriormente al saludo preceptivo de amigos queridos.

No he entendido el porqué de la añoranza, hasta que me ha señalado en la plaza el grupo de niños saltando y riendo entre los chorros de la fuente que mana entre las plaquetas del suelo. Cierto que se los veía felices. «En nuestros tiempos —recuerda mi amigo— nos teníamos que conformar con “espachurrar” charcos después de las tormentas y “catar” la zapatilla de madre si llegábamos a casa con el calzado o los calcetines chorreando, con la amenaza añadida de una pulmonía inminente».

—Esta semana he disfrutado de lo lindo —comenta el colega con sonrisa de satisfacción—, he puesto en práctica tus consejos de la semana pasada. No sabes cuantas mentiras y falacias nos dice la gente a diario, incluso con total naturalidad, pienso que ellos mismos se las creen.

—Me lo imagino. A veces resulta divertido, y otras te abocas a un enfado monumental, porque te tratan de tonto.

Silencio. Concentración. Expectación. Se aproxima el mesero con los cafés y las magdalenas. Cualquier tema puede esperar, antes es imprescindible hacer los debidos honores a estas exquisiteces. Creo que si Ciri dispusiera de un chal se lo vestiría en momentos culminantes como los presentes. Parece que oficia con total concentración sacerdotal un rito de iniciación mística. 

Parpadea varias veces, toma la magdalena con la mano, cosa rara en él, es  muy pulcro y su hábito es utilizar cuchillo y tenedor. Creo que rememora la niñez como los charcos de antes. Después de disfrutar con la masticación del trozo de magdalena y mientras ase la taza y paladea el líquido, levanta la mano como pidiendo la palabra. 

—En nuestra última reunión dijiste una frase que me pareció entender, pero posteriormente volviendo a pensarla, no le encuentro el quid.

—¿A cuál te refieres? 

—Aquella que más o menos enunciaste así: «La gente no engaña, sólo miente. Para engañar se necesita que quien oye la mentira, la crea». He llegado a la conclusión de que no es cierta o tiene algún intríngulis que se me escapa. A lo largo de mi vida ha habido mucha gente que me ha engañado y mentido. Mentir y engañar son sinónimos, junto a fingir falsificar y otros muchos. Lo he consultado en un diccionario.

—¡Enhorabuena, Ciri! Aprendiste la lección al pie de la letra. Y ya que te interesas en el tema, que es muy de actualidad, vamos a profundizar un poco más.

Ciri hincha el pecho, levanta el mentón, entrecierra los ojos, mueve la cabeza levemente de un lado a otro y extiende las manos abiertas hacia arriba. Sin palabras, solo con gestos quiere reafirmar su perspicacia. Si no lo conociera bien, pensaría que se enorgullece como pavo real desplegando su cola. Me temo que su intento de apocarme va a terminar en una ruidosa carcajada por su parte. Lo miro de reojo, tomo un trago de café, me tomo mi tiempo, con lo que consigo que se desinfle y evoque su risa contenida.

—Compañero, ¿te suena Anaxágoras?

—Desde luego que sí, filósofo, matemático, físico, siglo V antes de Cristo y según cuenta la historia nació en Clazómenas de la actual Turquía.

—Así es, te responde perfectamente la memoria. A este señor se  le adjudica la frase: «Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía”. Como observas tiene muy parecido significado a la que yo te dije. Aquí se sustituye el verbo “mentir” por “engañar”.

—¡Te pillé! —grita Ciri casi saltando de alegría—. Has querido colarme una falacia y te he descubierto. Bien me lo habías enseñado el viernes pasado y yo como buen discípulo en estos campos pongo en práctica lo que aprendo.

—No he intentado engañarte, solo he traído a colación esta frase más amplia para que comprendas que en mentir y engañar siempre hay un culpable y una culpabilidad, lo cual conlleva perjuicios a alguien.

—Lo que entiendo —habla el compañero con sincera reflexión— es que, si alguien me engaña, es porque me ha cogido desapercibido y se ha aprovechado de mi ignorancia por lo cual se ha comportado éticamente mal.

—Así es.

—Pero si me engaña una segunda vez y no lo  advertirlo, a pesar de  la experiencia anterior, la responsabilidad caerá sobre mí. Ya estaba avisado.

—De todo lo cual se infiere, dilecto amigo, que la inteligencia y la razón son instrumentos imprescindibles en la vida diaria, especialmente con gentes que hacen de la mentira  y el chantaje su modus vivendi, para explotar o manipular al resto de humanos que, actuando de buena fe, son considerados como zopencos.

Salimos de la cafetería y sin ponernos de acuerdo nos dirigimos a la heladería a por nuestro cucurucho de turrón con sombra. Comienzan a desaparecer las zonas soleadas, pero el termómetro nos avisa: «Las 8 y 32 grados».

Creo que estos encuentros amistosos nos producen muchos ratos felices.


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