Opinión

La lengua española, rica en matices de todo tipo

Fermín Gassol Peco | Jueves, 14 de Agosto del 2025
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 La lengua española mantiene una gran riqueza gramatical y terminológica. Buena prueba de ello es la enorme cantidad de sinónimos que enriquecen las palabras de nuestro vocabulario, a lo que habría de añadir el lenguaje coloquial, insuperable donde los halla. (Tengo uno amiga holandesa licenciada en lengua hispánica que anda sumida ahora en entender las frases coloquiales, términos que usamos habitualmente sin darnos cuenta, según dice). 

Pues bien, además de esta riqueza lingüística, los españoles gozamos además del suficiente ingenio para asociar ciertas palabras o expresiones a personas. Ese ejercicio de imaginación tiene como resultado entre otros, la invención de los motes, apodos o remoquetes, frecuentes en localidades donde la mayoría de los sus habitantes son conocidos, consecuencia de una inmediatez y estrecha relación que no se da en las poblaciones con un mayor número de habitantes; y es que esas relaciones entre los vecinos carecen, en lugares con mayor número, de la frecuencia que suele darse entre quienes viven en núcleos de población más pequeños.

 El mundo de los apodos se diría que hunde sus raíces en el tiempo. En  los pueblos  todos saben quién es quién, todo el mundo se conoce por fuera…y también por sus intimidades, aunque bien es verdad que desde hace unos años la comunicación y la emigración los ha convertido en espacios más abiertos y ...vacíos.

En los pueblos era frecuente que el neófito, antes de ser bautizado y ser inscrito en el Registro Civil con el nombre de los padres, los abuelos o algún tío soltero, nacía ya con el “renombre familiar”, el apodo con que el vecindario identificaba a la familia. “Los de…han tenido otra muchacha (o muchacho)”; y desde ese momento esa criatura llevaba ya sobre su cabeza el “alias” referido.

 Los motes siempre fueron como un "bautismo laico", un marchamo que los vecinos imponían sobre las familias o individuos, bien por algo que un día dijeran, algún hecho les ocurriera o, siendo estos más sarcásticos, por alguna característica física, o defecto físico.

El mote también fue un recurso con gran sentido práctico porque, a la hora de hablar de un determinado vecino como fulano de tal y tal, dilatando así el tiempo para identificarle por el nombre y apellidos, (con los que además en el pueblo algunos coincidían), se atajaba la referencia diciendo, “boca tubo”, “cara palo” “pecho hueco” o los de “la cascarilla” y en un flash, aparecía la identidad del aludido o aludida de manera precisa.

Un apelativo que imprimía tanto carácter, que más de un vecino. a la hora de referirse a alguien, no sabía el nombre, solamente el apodo por el que era conocido. Un alias, que la persona que lo llevaba asumía con toda naturalidad, con la misma normalidad que lucía su palmito aunque desde fuera resultara a veces algo ininteligible y llamativo.

Sin embargo y esto lo rubricarían los aludidos, los motes nunca fueron objeto de enfrentamientos o malestar. Al fin y al cabo con lo que se nace es con lo que se vive y además de la manera más natural del mundo. Que las ofensas  corresponden a otro mundo, motivos y situaciones, que los insultos son otras cosas más distintas e intencionales.

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