“Este reconocimiento es un honor, algo que no me esperaba. Agradezco de corazón a las personas que lo han decidido. También lo entiendo como un compromiso se seguir realizando lo mejor posible un trabajo que es muy vocacional. Hay que atender y escuchar a la gente, sin hacer juicios previos sobre la persona que tienes enfrente”, empieza diciendo Cristina González.

Cristina hace extensible el Viñador a todos sus trabajadores. “Somos un gran equipo, una pequeña familia en la que después de tantas horas que pasamos justos, nos tenemos mucho aprecio y todos nos preocupamos por todos.  Gente muy educada que atiende a la muy bien a la gente y de la que me siento muy orgullosa”.

Y no se olvida de su padre, que hace sesenta años puso en marcha la farmacia en la que ella trabajaría treinta años después. “La carrera de farmacia tiene muchas salidas  y, en un principio, me especialicé en química clínica con la intención de montar después un laboratorio. Pero al final decidí seguir el camino de mi padre y creo que mi abuela Sara, que fue  la que más insistió para que mi padre cursara la carrera de Farmacia,  estaría muy orgullosa”.  Cristina conserva con especial cariño en su farmacia de la avenida Antonio Huertas  el instrumental que utilizaba su padre para elaborar aquellas fórmulas magistrales que aliviaban dolores y curaban enfermedades.

Y no se arrepiente de haber sido dirigido la farmacia “donde viene gente con diagnósticos complicados, muchas veces con miedo y donde tenemos que ofrecerles nuestra mejor sonrisa y una buena conversación. Muchas veces las palabras tienen un poder superior al de la medicina”, recalca sin olvidar la importancia de esas nuevas vertientes que han llegado con fuerza a las farmacias como la dermocoméstica o la nutricoméstica “que hacen que la gente se sienta mucho mejor consigo misma”.