Opinión

Médico o nada

Eva María Baos y Javier Rubio Chacón | Lunes, 8 de Septiembre del 2025
{{Imagen.Descripcion}}

Vuelvo hoy la mirada interior a un ayer desvanecido. Y en ese viaje al ayer que aún palpita vivo, detengo mi vuelo y traigo al presente la estampa de un médico en otro tiempo respetado y admirado: no por el prestigio y reconocimiento que le otorgaba el título de licenciado en medicina y cirugía, sino por su entrega, calidez, empatía en el acompañamiento humano en la extraordinaria aventura de la existencia.

Del uno al otro confín del planeta, bajo cualquier tiempo, credo o condición, se erige la figura del médico, chamán o curandero como centinela de la salud o guardián de la vida. Y para todos ellos, la cura y sanación se descubre y se revela en el inicio mismo de su aprendizaje como un arte y una ciencia de exigencia infinita. En este camino de perfección no tiene como objetivo primigenio la búsqueda del prestigio o la gratificación material. Guía el afán del saber y el hallazgo del conocimiento que no admite sino vocación, dedicación y entrega, pero no podemos olvidar la tierra que los sostiene: su labor no es gratuita. Deben vivir, obtener su sustento y el de los suyos, pues incluso la vocación más pura convive con la necesidad de pan y techo.

La voluntad de entrega no permanece siempre pura: surgen pues otros intereses y ambiciones que desvían el foco del acompañamiento y la empatía que inicialmente guiaban al médico. El espíritu que conecta a quienes realmente abrazan la profesión persistirá siempre: la atención al dolor, la compañía en el viaje de la existencia, y la presencia silenciosa y resiliente mantiene vivo el legado humano de su vocación, sin embargo no solo de pan –o aplausos– vive el médico.

“El oficio de médico de aldea era entonces... difícil, mal pagado, trabajoso y de gran responsabilidad…” — escribía Baroja. Con esa dureza noble como trasfondo, el médico rural se presentaba en otro tiempo sin artificios, recibía “la iguala”, y en época de matanza, tal vez, se sentía afortunado. Camuflado en la vida cotidiana, compartía café, escuchaba secretos y acompañaba el dolor con una calma legítima. Como decía el propio Baroja, su escepticismo no era actitud cínica, sino escudo: el que lo salvaba de cometer “disparates”.

El de la capital, en cambio, se convertía cada consulta en toda una peregrinación: con puros humeando en la estancia, asistido por su enfermera, nos mostraba nuestro interior en la fría luz de una pantalla de rayos X, y los “dineros del atillo” se entregaban, casi ceremoniosos, por aquel arte de contemplar y curar.

Médico igual era también el afamado especialista, pero su prestigio se extendía más allá de fronteras y consultas locales: a través de colegas, hospitales y literatura especializada, se había convertido en una autoridad del saber sobre una materia concreta. Su mundo se entrelazaba con el de otros compañeros dispersos por el planeta, dominaba idiomas como el inglés o el francés, y el “atillo” debía ser algo más sacrificado. Todo ello, no obstante, sostenido y justificado por la convicción de que el mal estaba siendo evaluado y tratado por la más alta instancia del conocimiento médico.

El marco parece claro y diáfano: allí donde habita la enfermedad, la medicina se erige como la vía hacia la solución, y es el médico quien ha de hallarla. Pero incluso el especialista más reputado no es omnipotente o indiscutible; no es un oráculo infalible ni un témpano de hielo oculto tras la bata blanca y el frío metal del estetoscopio. El médico también sufre, duda, se equivoca, se angustia y carga con su íntimo y tenebroso rincón de temores.

Si llevamos al extremo la afirmación de que lo científico es, por esencia, materia de discusión, entramos en un terreno delicado. Porque si bien la práctica médica puede —y debe— ser debatida, interpretada y valorada, lo que no resulta aceptable es reducirla a un mero juego de cifras y medidas al alcance de cualquiera. La medicina no es una tabla de contabilidad ni un algoritmo simplista: es un arte riguroso que exige respeto, confianza y humanidad. El médico se forja durante muchos años de estudio y aprendizaje. Entre guardias interminables, noches sin descanso y la responsabilidad directa sobre pacientes, se templa el alma y se perfecciona el conocimiento. Es ese esfuerzo, esa vocación y ese conocimiento adquirido es lo que distingue la autoridad real del simple comentario o juicio de valor, y recuerda que no todo el mundo tiene la potestad de juzgar lo que requiere tanto sacrificio y entrega.

La luz del día se inclina sobre los campos y los pueblos y me devuelve la figura del médico rural, caminante silencioso de senderos y caminos polvorientos. No hay bata que lo haga grande, ni estetoscopio que mida su valor: su grandeza está en la memoria de cada puerta que ha cruzado, en la historia de cada nombre que guarda y le acompaña. Y con esa imagen como punto de partida de mi reflexión, pienso en lo mucho que ha cambiado el mundo, los nuevos fármacos, las máquinas que hablan con voces metálicas, los servicios que relucen como palacios de orden y modernidad, y la inteligencia artificial que ha llegado para quedarse. Nada de todo esto ha de cambiar la esencia de lo que verdaderamente importa: él médico debe ser atemporal. El médico es aquel que conoce la historia de cada parroquiano, el que escucha con la paciencia que otorgan los siglos, el que siente el peso del dolor, y la alegría compartida, el que guarda secretos y temores en su rincón más íntimo, y el que no se rinde ante la incertidumbre.

Su ojo clínico es faro humano en la vastedad del conocimiento; la ciencia es discutible, valorable y opinable, pero la humanidad que ofrece no se puede medir ni cuantificar. En medio de un mundo que se apresura hacia lo impersonal, debemos reconocer su valor, ofrecerle apoyo, comprensión, gratitud y respeto. El médico es, y debe ser, un custodio de la vida, de la memoria y del alma, irreemplazable en su entrega, eterno en su vocación y en el espíritu galénico. Cuidarlo no es un acto de indulgencia: es un deber ético, un reconocimiento de que la medicina solo puede brillar si quienes la practican son sostenidos, protegidos y valorados. Así sea.

189 usuarios han visto esta noticia
Comentarios

Debe Iniciar Sesión para comentar

{{userSocial.nombreUsuario}}
{{comentario.usuario.nombreUsuario}} - {{comentario.fechaAmigable}}

{{comentario.contenido}}

Eliminar Comentario

{{comentariohijo.usuario.nombreUsuario}} - {{comentariohijo.fechaAmigable}}

"{{comentariohijo.contenido}}"

Eliminar Comentario

En esta misma categoría...

Un día de lluvia

Lunes, 8 de Septiembre del 2025

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter
  • {{obligatorio}}