“Cohabitar con una fraternidad
efectiva y afectiva entre nosotros, es cultivar el corazón a corazón, para
sentirnos cercanos en un mundo global, sabiendo que todos nos necesitamos entre
sí”.
Hoy más que nunca, es indispensable custodiar el espíritu anímico
de la concordia y perseverar en el diálogo, reforzar el soplo cooperante,
haciendo de la diplomacia la predilecta ruta para prevenir y resolver los
conflictos. Sin duda, nuestro primer deber moral es la sanación de nuestra
propia existencia, en un momento en el que apenas tenemos tiempo para repensar
actuaciones, a causa de una bulimia de conexiones en las redes sociales, que
realmente nos dominan y nos dejan en la cuneta de los despropósitos,
bombardeados por imágenes de todo tipo, a veces incluso falsas o
distorsionadas, que suscitan en nosotros una tormenta de emociones
contradictorias. Por ello, es menester despertar, no encerrarnos en el silencio
y activar nuestra presencia, tanto física como virtual.
El reencuentro es otra de las atmósferas necesarias para una
subsistencia global y hogareña. Sin duda, la victoria más complicada la tenemos
con nosotros mismos. Para empezar, hemos de conocernos y de reconocernos como
caminantes libres, honestos y justos. El buen hacer y mejor vivir pasa por
comprenderse, no sólo para ser más humanitarios, sino también para evitar herir
a los demás con nuestros vocablos. Ojalá aprendamos a reprendernos, a
relacionarnos con honestidad y prudencia, máxime en una época de reducción del
espacio cívico, con su creciente desinformación al respecto. En consecuencia,
nos urge batallar en la toma de decisiones compartidas y conjuntas, con brío
auténtico, para fomentar la confianza y la interlocución entre culturas y
cultos diversos.
Cohabitar con una fraternidad efectiva y afectiva entre nosotros,
es cultivar el corazón a corazón, para sentirnos cercanos, sabiendo que todos
nos necesitamos entre sí. Otra de nuestras tareas, por consiguiente, ha de ser
la de vencer el individualismo y el afán de superar a los que nos rodean, pues
nadie debe ser competidor de nadie, sino compañero de fatigas, que nos las
vertemos unos a otros, aunque luego pidamos la paz. Quizás tengamos, por ello,
que tomar en serio nuestros gritos, lo que también nos demanda responsabilidad
y razón; comenzando por la comunidad internacional que tiene la obligación
moral de detener la tragedia de la guerra, pero también nosotros, desde nuestro
acontecer, estamos forzados a ejemplarizar acciones, abandonando egoísmos.
Los célebres egoístas son el origen de los ilustres malvados; y,
aunque, ninguna generación ha tenido jamás acceso tan rápido a la cantidad de
información que ahora está disponible gracias a la inteligencia artificial; al
final, los caminos se encauzan no desde el intelecto, sino desde la cátedra
vivencial. En efecto, es la sabiduría que se alcanza con los años de itinerario
recorrido, quien nos muestra el verdadero sentido de la vida que, con la
disponibilidad de datos y bajo un contexto intergeneracional, del que todos
formamos parte, estoy convencido que influirá en decisiones que nos abran el
camino hacia un orbe de mayor solidaridad y unión. Una vez más, la tarea de
entenderse no es fácil, pero es de vital importancia.
De hecho, nosotros los pueblos, como moradores pensantes, debemos
ahondar en la palabra, haciéndolo sinceramente, para la configuración acústica
de las ideas y la armonización de pulsos. Evidentemente, pedimos juntarnos,
volvernos servidores, afirmarnos y reafirmarnos demócratas; y, así, desde la
inclusión de latidos, trabajar unidos para garantizar un mundo hermanado, totalmente
renovado, que promueve derechos y obligaciones a todo mortal, previo impulsar
el motor de la dignidad y de la escucha, sin cerrar bocas. Por desgracia, la
democracia se ve amenazada, el populismo y la desigualdad crecen y el planeta
está más enfermo y más contagiado, a causa de multitud de golpes. Aún así,
luchar contra molinos de viento, tiene su esperanza.
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Domingo, 14 de Septiembre del 2025
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