Opinión

Dar una hostia u ostia, Ciri duda

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 11 de Octubre del 2025
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No es que sea exagerado mi amigo, no. Es previsor, dice él, cuando le comento algún asunto relativo a la salud. Aporto esto, porque acaba de llegar a la cafetería con su gabardina beige y como complemento sombrero clásico de tela. La bienvenida, como siempre calurosa  y mi comentario socarrón:

—No vas a helarte esta tarde, parece que vas de excursión a la Antártida.

—Mira qué graciosillo te has levantado hoy —responde, a continuación argumenta— no recuerdas el catarro que padecía la semana pasada. Gracias a las “juanolas” y a los vahos de eucalipto de mi señora, como te dije, he podido contarlo y seguir viviendo. Lo molesto es que la cara se me está pelando, especialmente la nariz, por aguantar tanto calor húmedo. 

—Me da pena ver decrecer los días —añado con cierta melancolía, que el otoño ayuda a padecer— las tardes se han acortado y el sol aparece más cansado cada mañana.

—¡Vamos no seas melifluo! Con estas magdalenas  y sus correspondientes cafés no caben síntomas macilentos. A disfrutar de la merienda y de la amistad. ¡Carpe statim!.

Mientras corto en porciones mi panecito empapelado, recapacito en que somos más proclives a torturarnos con lo que nos causa alguna contrariedad, aunque sea nimia y dejamos de disfrutar sin valorar las cosas buenas de la vida.

—Cuando llegaba a nuestro encuentro me ha dado un vuelco el estómago —comenta Ciri—. Tú, compañero y amigo, me conoces que no   soy personas de palabras gruesas ni insultos; el viernes pasado lo referíamos con la frase de Diógenes  que desmenuzábamos: «El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe.»

—Sí, claro, nos vino de perlas recordarla y comentarla, pero es que tú en alguna contrariedad con ¡Caramba! y ¡Jolines! tienes de sobra, —sonrío mirando la cara de sorpresa de mi amigo con casi media magdalena a la altura de la boca.

—Como te digo, y sin ganas de guasa, me causa malestar y mal humor oír palabras gruesas y, justo ya en la plaza, un chico enfadado le gritaba a otro: ¡Te voy a dar una ostia que te vas a caer de culo!

—Me hago cargo, —respondo solidarizándome con Ciri— y posiblemente se la diera.

—No puedes decirme eso, compañero, —me reprocha el amigo— tú que eres religioso y creyente no puedes admitir que utilicen esa expresión para amenazarse y pegarse, deberías, si no escandalizarte, por lo menos disgustarte.

—Si me permites, apreciado colega, te hago una aclaración que seguramente no has observado nunca. Cuando dices la palabra ostia, ¿la escribirías con hache o sin ella?

—Pues… ahora mismo dudo, porque en Italia hay una ciudad cerca  al mar Tirreno que se llama Ostia y se escribe sin hache, pero si me refiero a la Eucaristía la pondría con hache: Hostia. 

—Ciri, muy bien, así es. Con hache escribimos lo que llamamos Cuerpo de Cristo después de la consagración del pan, la cual también tiene el nombre de transubstanciación.  Hasta aquí has aprobado el examen, un “cinquillo” raspado, pero pasas de curso —nos reímos los dos muy a gusto, sorbo de café y continúo—, pero también existe  la misma palabra que sin ser ciudad ni ofrenda se refiere…

El amigo me mira sin perder  ripio, solo baja los ojos para tomar la taza y saborear su líquido. Creo que le está interesando la explicación pero no puede adivinar a dónde vamos llegar.

—Si recuerdas, compañero, cuando estudiábamos Latín, la palabra ostium-ostii la traducíamos por puerta.

—Sí, ahora que lo dices, sí —responde sin ninguna convicción.

Seguro que no se acuerda en absoluto pero tiene que afirmar, para conservar su autoestima.

—Del mismo modo mantendrás en la memoria que a la persona guardián de las puertas de los palacios, templos, o mansiones de potentados se le llamaba “ostiarius”.   Este señor “ostiarius”, cuando alguien indeseable para el dueño de la casa o algún ladrón inoportuno se acercaba, entraba en escena e intentaba convencerlo de lo contario y ¿cómo lo hacía? Dándole con la puerta en la cara, ahora decimos “en las narices”.

—Qué interesante.

—Termino con la explicación, el vocablo latino “ostium”, que te he citado antes es neutro, por lo tanto en plural el nominativo, acusativo y vocativo los hace terminados en “a”, o sea “ostia”, actualizando y para comprender mejor, el portero daba ostias (“portazos”, hoy lo traduciríamos por bofetadas o guantadas) a la persona impertinente que quisiera entrar.

—¡Quién hubiera esperado tal desenlace! Me imagino a un señor, estilo portero de discoteca grande y fuerte, repartiendo “ostias” a los intrusos. 

—Así era querido Ciri en tiempo de las persecuciones. En los primeros tiempos del cristianismo, cuando los seguidores de Jesús se reunían en las casas para orar o celebrar la Eucaristía, siempre había un ostiarius apostado en la puerta, de modo que si algún desconocido quería entrar utilizaba aquel símbolo del pez del que ya hablamos un día, ¿recuerdas?. 

—Claro que lo recuerdo incluso la palabra que me dijiste en Griego: ΙΧΘΥΣ (puede leerse como IJZYS en Español) era un acróstico de las afirmaciones que ellos hacían de Jesús, cada letra corresponde a una de ellas, así decían: Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador. Con  un bastón o una vara y dibujaban en la tierra una línea curvada con el final hacía arriba. Si el desconocido era cristiano, concluía el dibujo en el que aparecía la silueta del pez, si no  la dibujaba, desconfiaban inmediatamente. 

—Y para disuadirlo de su intento, podría ser un emisario romano buscando seguidores de Cristo para acusarlos, el portero le daba una “ensalada de ostias” para convencerlo de que se había equivocado de puerta y debía marcharse con viento fresco.

—¿Copita de mistela para endulzarnos la boca después de estudiar la dichosa palabreja? —Pregunta Ciri con todos los gestos de complicidad.

—Aprovechemos, puesto que el ostiarius de la cafetería nos dejó entrar.

Deben tenernos mucha envidia los clientes de esta hora, no apartan la vista de nuestros gestos y los oídos de los comentarios.


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