“Bajo un
ciego andar se fomenta una cultura del descarte individualista y agresiva,
transformando al mortal en un bien de compraventa y consumo”.
Lo que importa, no es
encandilarse con el pasado ni con el futuro, sino con el presente e intentar
mantener firme la confianza de que, si se vence la injusticia, la concordia
será terreno fértil para que nazca el espíritu conforme, sustentado en el bien
colectivo y en la bondad como lenguaje. De este modo, se acabará con un
contexto de dignificación humana, que suele vociferarse mucho, pero hacerse
poco. Sólo hay que adentrarse en el ambiente, y ver que, cada día, es más
complicado lograr una mejora sostenida en el bienestar individual y otorgar
beneficios a todos. Sea como fuere, cualquier ser humano tiene que tener
siempre el nivel de dignidad por encima del temor, de manera que se pueda
reducir significativamente el afán dominador que no sólo corrompe, también
esclaviza. ¡Liberémonos!
Uno realmente tiene que
sentirse digno de sí mismo, para que nuestras sociedades sean verdaderamente
honestas, pacíficas, sanas y, en suma, auténticamente humanitarias. El ahora
nos llama, pues, a que no persistan los privilegios indebidos o las diferencias
extremas de riqueza; al menos, para que no fracase el desarrollo en su
propósito esencial. A mi juicio, la comunidad internacional debe hacer frente
al reto de la era actual de oportunidades sin precedentes que ofrecen la
ciencia y los avances tecnológicos, de manera que puedan ser compartidos
equitativamente por todas las naciones y, a su vez, puedan contribuir a la
aceleración del desarrollo económico en todo el orbe planetario. ¡Socialicémonos!
Indudablemente, las
tecnologías de la información y las comunicaciones son las que pueden aportar
nuevas soluciones a los retos del ahora, especialmente en el contexto de la
globalización, y pueden fomentar el crecimiento económico, la competitividad,
el acceso y el conocimiento a la información, la erradicación de la pobreza y
la inclusión social, lo que contribuirá a activar la integración de sus
moradores, siempre que la brecha digital se subsane para no dejar a nadie en la
exclusión. La realidad requiere de la sanación del aluvión de patologías
sociales, que hacen una visión distorsionada de la persona, una mirada que, en
multitud de ocasiones, ignora su natural decencia y su carácter relacional.
¡Fraternicémonos!
Bajo
un ciego andar se fomenta una cultura del descarte individualista y agresiva,
transformando al mortal en un bien de compraventa y consumo. De ahí, la
importancia de trabajar en el ahora a corazón abierto, en comunión y en
comunidad, al menos para mejorar la condición existencial de todas las gentes,
con la promesa viva de traspasar fronteras y de tender puentes. En este sentido, quiero felicitar a las Naciones
Unidas y a sus pueblos, que llevan ochenta años trabajando juntos para forjar
la paz, combatir la pobreza y el hambre, promover los derechos humanos,
suscitando alianzas en un planeta, que es de todos y de nadie en particular.
Jamás olvidemos, que todos tenemos, por nacer, los mismos derechos; además, de idénticas
obligaciones. Toca, pues, mantenerse humano. ¡Humanicémonos!
En efecto, tanto la
deshumanización como la inhumanidad es manifiesta, dejándonos preso de
intereses mundanos, en un letargo de frialdades y desconciertos totales. Ante
este mezquino entorno, relegado hasta de sí mismo, porque a una criatura sólo
le puede salvar otra, nos conviene mirarnos entre sí y reflexionar, cada cual
consigo mismo, junto a los demás. Custodiar la vida sin amor es destruirnos.
Este espíritu armónico, es el que nos lleva a reconocer la dignidad humana:
fundamento de toda vida, coronada por la justicia, como signo de quietud y
esperanza. Al parecer, y a juzgar por los hechos tan leoníferos que se producen
y se reproducen por todos los rincones, esta honestidad humanística no estaba
prevista en el plan de globalización. ¡Dignifiquémonos!
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