El patrimonio de Tomelloso se asienta sobre tres fabulosos
pilares. Las cuevas, perlas que engarzan por decenas la maravillosa joya que es
el subsuelo de nuestra ciudad. Ahora en el candelero gracias, entre otros, a la
modesta labor de promoción La Voz, que, sube a la superficie de la actualidad
esos tesoros, semana a semana, para que puedan ser admirados y reconocidos. Las
chimeneas, y toda herencia de las industria alcoholera y vitivinícola de
Tomelloso. Merecería atención ese acervo fabril; no debemos dejar en el olvido
ese conjunto de elementos, técnicas y cultura del “primer productor mundial de
alcohol vínico”. Y, por supuesto, los bombos. Los bombos de Tomelloso. Esas
majestuosas moles de piedra seca que, hasta no hace tanto, servían de refugio
de los hombres y mujeres de nuestro pueblo en su epopeya por conquistar la
ingrata tierra de La Mancha.
Al hilo del nacimiento de la iniciativa “Tomelloso: cúpulas
entre viñas”, nos vamos a detener en esta hoja del trébol de patrimonio de
Tomelloso. La semana pasada nos contaba Jerónimo Pedrero —que editó el 1999 el
primer catálogo de esas construcciones y es uno de los impulsores de la
iniciativa— que “cada bombo es un milagro técnico y humano”. Advertía el
estudioso de la piedra seca que el abandono rural, la mecanización agrícola y
el cambio en los modos de producción provocaron su declive y a medida que el
campo se vació, los bombos quedaron sin uso.
El recordado Lorenzo Sánchez subrayaba en su libro “El bombo
tomellosero, espacio y tiempo en el paisaje”, que esos abrigos únicos deberían
ser la verdadera imagen de La Mancha, dado que los molinos de viento fueron
importados por flamencos del séquito del emperador Carlos. El libró del
profesor universitario; el del Pedrero “Inventario de los bombos del término
municipal de Tomelloso”; la “tesina” de Eva María Grande López sobre esos
gigantes; la tesis de Javier Bernalte; los numerosos trabajados académicos,
como el de Santiago Arroyo y la incansable labor de la asociación Arquitectura
de Piedra Seca. Los Bombos de Tomelloso, que preside Natividad Cepeda, han
hecho mucho por la difusión de estas majestuosas construcciones, perfectamente integradas
en el territorio. Y, por supuesto, los escritores y artistas de nuestra “Atenas
de La Mancha”, no han hecho poco para que los bombos sean conocidos.
De los cerca de mil bombos que catalogó Pedrero, doscientos
noventa y seis en el término de Tomelloso, más de un tercio no existe. Los
bombos forman parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad dentro del “Arte
de la construcción en piedra seca, conocimientos y técnica” reconocido por la
UNESCO. Bueno, más que los edificios en sí, el organismo de la ONU protege la
cultura humana asociada a la piedra seca: los métodos, la tradición y el
conocimiento que dieron forma a muros, bancales, majanos o bombos en todo el
territorio.
Amparados en la Ley de Patrimonio Cultural de Castilla-La
Mancha, que reconoce la obligación de conservarlos, en la práctica apenas hay
programas de apoyo. Es necesario la implicación de la administración —en todos
sus niveles para conservar unos tesoros que se nos van desmoronado. La
obligación de mantener estos refugios de piedra recae sobre los propietarios,
mientras que los estamentos públicos no ofrecen ayudas ni formación.
Se pierden (si nos es que ya lo han hecho) las técnicas
constructivas y la cultura asociada a erigir los bombos de los Valera o los
Cota. Aseguraba Pedrero que los antiguos bomberos sabían leer la piedra y hoy
casi nadie —o nadie—sabe construir un bombo. Hay que recuperar ese lenguaje
antes de que desaparezca. Nada menos que el patrimonio inmaterial de la
humanidad.
Es tarea de todos recuperar estos gigantes, las
administraciones tienen que lograr que sea interesante mantenerlos. Tenemos que
difundirlos, que sean un recurso turístico válido —ahí estás las rutas, ya marcadas,
que oferta la empresa Saber Sabor—y que toda la labor que tantos han hecho no caiga
en saco roto.
Parece una tarea hercúlea, pero más era levantar un bombo y
quienes nos precedieron hicieron más de mil.
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