Noviembre
avanza con sus días grises y nos envuelve en una rutina que parece
anestesiarnos. Mientras tanto, los medios nos bombardean con escándalos
políticos, con dirigentes que manejan el poder sin ética, y nosotros,
acostumbrados, seguimos callando. Solo importamos cuando hay elecciones, cuando
nuestros votos son la moneda de cambio.
La
subida de los alimentos es colosal, pero preferimos mirar hacia otro lado. Nos
hemos olvidado de protestar. Y, como si nada, noviembre se convierte en la
antesala de una Navidad que ha perdido su espíritu: una fiesta reducida al
consumo, a cenas imposibles, a regalos que desafían economías recortadas.
En
cada municipio se organizan actos y más actos, como si la sociedad necesitara
estar ocupada para no pensar en la cruda realidad. Pero de lo verdaderamente
importante apenas se habla: enfermedades venéreas, drogas que se venden en
cualquier esquina, jóvenes y mayores atrapados en papelinas. Todo se normaliza,
todo se silencia.
Mientras
tanto, la falta de lluvia amenaza los campos manchegos y la gripe aviar
encarece hasta la humilde tortilla de patatas, convertida en un lujo. Y en las
ciudades, las palomas invaden tejados y plazas aceras, los perros y sus dueños
ensucian calles, y nosotros seguimos practicando un “buenismo” que endulza lo
que no debería ser normal. Pero lo más doloroso está en las residencias:
lugares donde los mayores esperan la muerte, cuidados en el cuerpo, pero
abandonados en el alma. Nadie quiere hablar de ello. No hay tiempo para los
viejos; hay que atender al gimnasio, a las carreras, a los clubes. Cuando nos
toque, ya sabemos dónde iremos: a morir bien cuidados, pero solos.
Esta
es la sociedad que hemos construido: llena de palabras bonitas y vacía de
humanidad. Noviembre nos lo recuerda, aunque no queramos verlo.
Noviembre:
entre la luz y la sombra de nuestros deseos
Los
días soleados de noviembre nos hacen esperar el frío, las nubes y, por qué no,
la nieve. Soñamos con que caiga, porque sabemos que “año de nieves, año de
bienes”, y lo necesitamos para compensar tantos silencios y dificultades
acumuladas.
Sin
embargo, mientras miramos al cielo, también miramos hacia dentro y descubrimos
una inquietud: buscamos la felicidad y parece que nunca la encontramos. Lo
conseguido no nos basta. Queremos más y más, como si la vida fuera una película
y nosotros actores empeñados en interpretar un papel que no nos pertenece.
Nos
resistimos a aceptar el paso del tiempo. Pagamos para no parecer mayores,
aunque los años se sumen. Buscamos nuevas sensaciones porque lo que tenemos no
nos llena. Hay una anomalía que nos impide ver lo que somos: personas con
carencias, con necesidad de ser amadas, más allá de brillar socialmente o lucir
un físico perfecto.
Vivimos
corriendo tras guiones que no son verdaderos. Y noviembre, con sus flecos de
tristeza, nos recuerda que estamos hechos para el amor. Amar es darse y
comprender, aunque eso nos obligue a vivir de otra manera.
Los
niños y los mayores deberían recuperar su lugar en las familias. Necesitan
tiempo, atención y generosidad, porque son etapas donde la humanidad se muestra
en su esencia y construye civilizaciones estables. Quizá ahí esté la clave:
volver a lo simple, a lo auténtico, a lo que realmente importa.
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Miércoles, 12 de Noviembre del 2025
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