El especialista en Tecnologías del Medio Ambiente critica
que no exista información pública del proyecto, advierte de impactos en la
calidad del aire, el agua y la agricultura local, y afirma que el modelo
planteado no responde a la verdadera economía circular.
Máximo Florín Beltrán (Ciudad Real, 1972) es profesor
titular de Tecnologías del Medio Ambiente en la Escuela de Ingenieros de
Caminos de la Universidad de Castilla-La Mancha. Con más de dos décadas
de experiencia en investigación sobre contaminación atmosférica, tratamiento de
residuos y calidad de aguas, se ha convertido en una referencia científica en
materia de impacto ambiental. Ha participado en proyectos europeos relacionados
con la gestión sostenible de residuos y es autor de numerosos artículos sobre
digestión anaerobia y emisiones de metano. Divulgador habitual en foros y
jornadas técnicas, se caracteriza por un discurso riguroso y una defensa férrea
del principio de precaución. En esta entrevista telefónica con La Voz de Tomelloso,
analiza en profundidad la macroplanta de biometano proyectada en el municipio.
En plena polémica por la futura planta de biometano en
Tomelloso, el profesor Máximo Florín expone las claves del debate: ausencia de
información pública, dudas sobre la procedencia y destino de los residuos,
riesgos para la salud y el agua, y un modelo que —dice— no es economía
circular, sino un negocio energético que deja el 95 % de los residuos
transformados, no eliminados. Con estudios científicos en la mano, invita a
abrir una conversación basada en datos contrastables.
—Para empezar, ¿cómo se presenta ante los vecinos de
Tomelloso?
—Me llamo Máximo Florín Beltrán, soy profesor de
Tecnologías del Medio Ambiente en la Escuela de Caminos de la Universidad de
Castilla-La Mancha. Llevo muchos años estudiando contaminación y gestión de
residuos. Y lo primero que quiero dejar claro es que yo no estoy en contra
del biometano ni del progreso, ni mucho menos. Es una tecnología acreditada
y ampliamente extendida en Europa. El problema no es la tecnología, sino cómo
se implanta y a qué escala.
—Entonces, ¿usted considera que no es conveniente que
Tomelloso tenga una planta?
—Yo no he dicho eso. Lo que digo es que no puedo
evaluar el proyecto porque no existe información pública, algo que el
propio manual de buenas prácticas del Ministerio —el del IDAE— exige “desde el
minuto cero”. No tengo más datos que los que han salido en prensa, y eso es
insuficiente para un análisis serio. El primer problema es la opacidad.
—Los promotores y el Ayuntamiento han hablado de
“planta”, mientras otros hablan de “macroplanta”. ¿Cuál es el término correcto?
—El término correcto es macroplanta, y no porque
queramos dramatizar, sino porque el volumen de producción energética la sitúa
en esa categoría. Son instalaciones de gran escala, muy superiores a las
plantas pequeñas y cooperativas que vemos en Francia o Alemania.
—Usted insiste en que su función principal no es eliminar
residuos.
—Es que no lo digo yo: lo dice Veolia, líder mundial del
sector. Solo un 5 % de los residuos que entran se transforman en
biometano. El 95 % restante es digestato, un residuo que debe
gestionarse de forma muy clara: o vuelve a quienes lo produjeron o se expande
sobre los campos. Y esto último es lo que está ocurriendo en proyectos de
la misma promotora en otras localidades.
—¿Y eso no sería economía circular?
—En absoluto. La verdadera economía circular es la
que vimos en Normandía: una planta propiedad de 38 agricultores, donde los
residuos son locales, el digestato tratado vuelve a sus tierras como
fertilizante y el biometano lo consumen ellos mismos. En España, sin embargo,
lo que se proyecta son instalaciones energéticas que importan residuos de
múltiples municipios y luego dejan el digestato aquí. Eso no es economía
circular de ninguna manera.
—El Ayuntamiento sostiene que la planta funcionará
mayoritariamente con residuos del sector agroalimentario de Tomelloso: vinazas,
restos agrícolas…
—Los números no cuadran. El inventario regional de
residuos indica que en Tomelloso hay 52.000 toneladas anuales de vinazas,
no 105.000 como se ha dicho. Incluso sumando las aguas residuales de bodega, no
llegamos a esa cifra. Así que algo falla: o se traerán residuos de fuera,
o se están dando datos inexactos. Y lo que uno no puede ser es como
el gato de Schrödinger, que “a la vez trae residuos de fuera y no los
trae”.
—¿Sería rentable la planta si solo trabajase con residuos
locales?
—Hay plantas pequeñas en Europa que son rentables, sí. Pero no
tienen estas dimensiones. Cuando hablamos de rentabilidad de una
macroinstalación hay que distinguir entre ganar dinero —que es legítimo—
y especular. Y por desgracia, en este sector hay mucha especulación.
—Una cuestión que preocupa es la reputación de la empresa
promotora.
—Lo que sé es que se trata de una sociedad limitada con
un capital social inferior a 3.000 euros. Técnicamente, esto se conoce como
“empresa pantalla”. Si yo necesito reparar la caldera de mi casa, no
llamo al técnico que tiene sanciones o antecedentes por malas prácticas. Pues
aquí debería pasar lo mismo: la reputación importa muchísimo.
—Vamos a los riesgos ambientales. La empresa asegura que
no habrá filtraciones ni olores.
—Primero, el aire. Hay estudios que demuestran que las
emisiones de gases de efecto invernadero a lo largo de toda la cadena del
biometano son equivalentes a las del combustible fósil, no porque dentro de
la planta haya trampas, sino por fugas en diferentes puntos del proceso.
Eso significa que la descarbonización, hoy por hoy, no existe.
Además, los operarios de estas plantas están sometidos a
riesgos muy graves. En enero de este año, en Polán (Toledo), un operario
sufrió quemaduras muy severas. Y hay estudios sanitarios que indican que a 5
km aumenta el riesgo de enfisema, y a 10 km las visitas a urgencias
por problemas respiratorios.
—La planta estaría a unos 15 km del casco urbano…
—Sí, pero es que en La Mancha siempre hay otro municipio
a 5, 8 o 10 km en alguna dirección. Arenales está a 5 o 6 km, Pedro Muñoz a
8 o 9, Campo de Criptana igual… ¿La salud de quién valoramos? ¿Solo la de
Tomelloso, o la de la gente que vive alrededor?
—Ha mencionado también impactos en la agricultura.
—Claro. Los olores y compuestos que se liberan —desde los
contenedores, en los trasvases o por el digestato aplicado en campo— afectan
a los productos agrícolas. Un agricultor me preguntó: “Si el pistacho abre
la cáscara, ¿podría afectarle el olor?”. Sí, puede. No lo digo yo: las
denominaciones de origen de Toro, Ribera y Rioja se han opuesto
frontalmente a plantas similares por el impacto en la reputación de sus
vinos.
—Pasemos al agua. ¿Cuál es el principal riesgo?
—Que el digestato puede agravar la contaminación por
nitratos. El 50-60 % de los nutrientes se pierde hacia la atmósfera o las
aguas. Y Tomelloso —todo el municipio— es zona vulnerable según la
directiva europea. España fue sancionada el año pasado por no cumplirla, y
Castilla-La Mancha estaba entre las siete comunidades incumplidoras. Si
aumentamos los nitratos, habrá restricciones a la fertilización y aumentará el
coste del agua potable.
—¿Y para el suelo?
—Los agricultores saben perfectamente cómo funciona la
economía circular: llevan siglos usando estiércol o restos de poda. Pero el
digestato no es un fertilizante. Requiere un tratamiento previo,
aplicarse solo en determinadas épocas y en la zona de raíces. No
se puede usar en otoño en ciertos cultivos, ni segar pastos antes de 15 días
tras su aplicación.
—¿Cuánto digestato generará una macroplanta así?
—Si el 5 % es biometano y el 95 % es digestato,
estamos hablando de que casi toda la materia va a parar a algún sitio.
¿Volverá a quienes generan los residuos? ¿Se extenderá en los campos? ¿Tiene
Tomelloso capacidad y necesidad de asumir semejante volumen? Esa es la gran
pregunta.
—Usted ha dicho que el verdadero problema es la escala.
—Exacto. El biometano es limpio y verde… a pequeña escala.
Igual que beber un vaso de vino es sano, pero beberse dos botellas no lo es. En
Francia y Alemania hay miles de plantas pequeñas, cooperativas. En España, en
cambio, vamos hacia macroplantas que centralizan residuos de toda la región.
Y eso tiene consecuencias ambientales muy distintas.
—Hablemos de alternativas.
—La primera de las siete R es reducir. En casa ya
separamos residuos en distintas bolsas; sin embargo, en algunos proyectos de
biometano se mezclan residuos incompatibles. En Valdepeñas, por ejemplo,
se plantea usar lodos de depuradora urbana, que suelen contener metales
pesados. ¿Qué agricultor quiere eso en su parcela?
Para las vinazas, la literatura científica es clarísima: la
técnica adecuada suele ser fermentación aeróbica para producir etanol,
no biometanización. Y para los alperujos, la mejor técnica es el compostaje,
que produce un fertilizante seguro.
—¿Cree que la administración está teniendo en cuenta
estos criterios?
—No lo parece. La ley obliga a separar y tratar cada
residuo en origen. También rigen los principios de “quien contamina
paga” y recuperación de costes. Si se socializan los costes del
tratamiento, alguien lo pagará en la factura. Y no parece que los proyectos
respeten siempre estos principios.
—Por último, ¿por qué cree que se está vendiendo la
planta como “energía limpia” sin matices?
—Porque lo es, pero solo a la escala adecuada.
En España tenemos tanta producción de energía renovable —fotovoltaica sobre
todo— que ni siquiera podemos gestionarla. No somos Alemania. Aquí el debate no
es si queremos energía limpia: es qué modelo de gestión de residuos queremos
y qué impactos asumimos.
Lo que yo pido es información pública, participación
ciudadana y datos verificables. Sin eso, el debate se convierte en propaganda.
Y los vecinos de Tomelloso merecen transparencia.
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Lunes, 17 de Noviembre del 2025
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