“No hay mejor paz que la que uno mismo difunde e infunde a golpe de pulso, como fruto de la compasión vivida y de la amorosa pasión injertada”.
Estamos llamados a reunirnos y a unirnos, a vislumbrar y a
testimoniar esta presencia en un orbe frecuentemente distraído, hasta el
extremo de dejarse corromper y no dejar que resplandezca en nuestra existencia
la luz que iluminó la gruta de Belén. Con demasiada frecuencia, olvidamos que
construir un mundo más celeste que terrícola, sólo es posible si la perversión
no se interpone en nuestros andares, lo que requiere poner alma más que armas y
mística poética más que política mundana. Vuelva a nosotros ese espíritu
cercano y abandonemos por siempre aquello que nos degenera por completo. Sin
duda, nuestra mayor perversión actual se sustenta en la universalidad de esta
deformación que nos destruye, lo que nos invita a un cambio interior más
auténtico y donante.
Indudablemente, si no peleas por dar fin a este estado de
podredumbre, acabaremos todos formando parte de él, lo que nos requiere moldear
la integridad del mañana, que comienza con las decisiones que tomemos hoy. Será
bueno, por consiguiente, que nos reencontremos para lograr enaltecer la voz con
valentía. Un buen referente puede ser la escena de la creación de Adán pintado
por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, donde el dedo del Padre glorioso roza
el dedo del hombre; así también, entre nosotros, lo humano y lo etéreo ha de
sentirse para hallarse y descubrirse. Quizás entonces no concentraríamos el
esfuerzo en la posesión y aún menos en el dominio. Al fin y al cabo, lo
trascendente radica en encender la gran estrella del amor y en dejar que reluzca en el camino.
Lo complicado es andar perdido y no reconocerse. Cuando el
propio corazón no se considera a sí mismo, tampoco se estima nada. Es el
momento de la llamada interior, de la preparación a un examen sincero sobre
nuestros ritmos. El tiempo es el mejor autor; démonos ocasión para generar
tranquilidad e injertar concordia en el
horizonte diario, mientras nos ayudamos a edificar entornos de trabajo
transparente, inclusivo y responsable. Reforcemos los estándares éticos en toda
la sociedad. Quitemos muros y facilitemos espacios comunes, que sirvan para
ofrecer calor de hogar. No hay mejor paz que la que uno mismo difunde e infunde
a golpe de pulso, como fruto de la compasión vivida y de la amorosa pasión
injertada.
Se trata de un auténtico amor desinteresado, que se expresa
en el amor fraterno que evita los litigios, no juzga y perdona, porque lo
sustancial es conjugar el inmaculado ardor entre sí, comenzando por quererse
uno a sí mismo para luego amar a los demás. Por eso, es vital que en cada
amanecer tengamos una conversión, que nos lleve a desmantelar el aluvión de
tormentos que nos atormentan, a frenar los flujos financieros ilícitos,
garantizando que los recursos públicos se gestionan de forma transparente. Así,
cuando los gobiernos actúan con rectitud, también uno se mueve bajo estos
parámetros, haciendo que la confianza sea un hecho real. De lo contrario,
resulta difícil restaurarse con el choque de beneficios terrenales, ya que el
egoísta únicamente se ama a sí mismo sin rivales.
Por desgracia, siempre se repite la misma historia, la del
enfrentamiento entre semejantes, con la dificultad manifiesta de hacer genealogía,
propagando un estado salvaje e inhumano, en el que tantas veces se hace
realidad el dicho de que el hombre es un lobo para el hombre. Precisamente,
ahora que estamos en un período de acogida, despertemos de todo este letargo y
salgamos de este espíritu putrefacto que nos separa, engañados por historias
que nos llevan a los callejones sin salida del consumismo. Es menester cuestionarse,
buscar y rebuscar el verdadero amor, que no es otro que aquel que colma de
significado y alegría la vida. Sea como fuere, estamos en un soplo de espera e
ilusión, de reflexión y de transformación. Prepararse para ello, es la luz, que
espigará en fraterna filiación.
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Sábado, 6 de Diciembre del 2025
Domingo, 7 de Diciembre del 2025
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