¡Que suenen
con alegría los cánticos de mi tierra y viva el niño de Dios, que ha nacido en
Nochebuena! La nochebuena se viene, tururú, la nochebuena se va…
La voz surgió
de la nada, como un temblor en el aire. Luego otra melodía, esta vez casi más
triste. Después, campanas y risas. Nika miró pensativa; nunca había escuchado
algo similar. Aquellos sonidos no se parecían a nada que hubiera oído
anteriormente.
—¿Qué es esto?
—preguntó— No puedo reconocerlos… Tengo ganas de cantar, bailar y celebrar la vida.
Robi, su
pequeño robot encargado de su educación, permaneció en silencio unos segundos.
Sus sensores y algoritmos buscaron respuestas en archivos olvidados.
—Es
información muy antigua: Navidades —dijo—. Pertenece al planeta Tierra, cuando
los humanos se amaban unos a otros y aún no habían destruido su mundo. Cuando,
a pesar de la contaminación, las guerras y el hambre, eran capaces de albergar
esperanza. Todo esto ocurría antes del gran éxodo al espacio en busca de otro
hábitat.
—¿Navidades?
—repitió Nika, mirando con ojos soñadores por la ventana de la habitación en la
que conversaban.
La colonia
espacial Liliput estaba iluminada con una luz amable, bajo unas condiciones
ambientales muy acogedoras. La cúpula que la albergaba se elevaba más de cien
metros sobre la superficie y, más allá, estaba el espacio: un firmamento
similar al que aquellos antiguos humanos veían en las noches estrelladas.
—Eran días
mágicos —explicó Robi— Las familias se reunían. Celebraban que un niño, al que
llamaban Jesús, había nacido para traer esperanza y paz al mundo. Se sentían
dichosos de seguir el Evangelio, escrito en un libro que se llamaba La
Biblia.
Nika cerró los ojos y, sin saber cómo, quizá movida por un acto mágico y prodigioso, tarareó uno de aquellos viejos y ya olvidados villancicos. La habitación estaba decorada con paneles de colores suaves sobre los que había inscripciones geométricas; también había un mapa estelar en una de las paredes. La luz penetraba por las amplias ventanas, tamizada en tonos verdeazulados, permitiendo ver el fondo estelar de forma muy tenue.
—¡Por favor, por favor! Cuéntame qué es lo que hacían esas personas tan extrañas —rogó Nika, dirigiéndose al robot—. ¿Eran como nosotros? ¿Sonreían? ¿Eran felices?
—Eran alegres
y bulliciosas —explicaba el robot con voz dulce y acompasada—Vivían en
familias, se casaban y tenían hijos. Contaban bellísimas historias de sus
antepasados. Construían bonitas casas y edificios usando piedra. Viajaban por
carreteras y se visitaban en Navidad. También volaban en naves rudimentarias
llamadas aviones y surcaban los océanos en gigantescos barcos.
—Bien
—continuó Robi—, celebraban las Navidades de distintas formas según el punto
geográfico donde hubieran nacido. Por ejemplo, en el continente de Europa, las
familias se reunían el día 24 de diciembre por la noche en mesas muy largas,
llenas de comida abundante. Cantaban villancicos como los que has escuchado y
después se iban a la Misa del Gallo. Era a las doce de la noche para celebrar
que el Niño Dios había nacido. El día 25 de diciembre era el día señalado de
Navidad.
—¡Qué curioso
todo!. Dime más cosas —insistió Nika, muy interesada.
—¿Ves este
mapa? —dijo el robot, señalando un viejo mapa en una de las paredes usado para
estudiar historia.
—¡Sí!
—contestó Nika.
—Este era el
mapa del mundo en el planeta Tierra. En otros países, los llamados nórdicos,
tenían a Papá Noel, o San Nicolás, que iba en un trineo tirado por renos y
cargado con muchos regalos para los niños y niñas de todo el mundo.
—¿En serio?
Son preciosas estas imágenes y parece todo tan… divertido —dijo Nika.
En la pantalla
se proyectaban imágenes de una ciudad. Era el salón de una casa; había una mesa
con velas distribuidas entre el menaje de comida y los regalos. Junto a la
puerta había un gran abeto con adornos colgados. La cámara recorrió la casa y
se detuvo en algo que llamó mucho la atención de Nika. ¡Era un belén! La
representación del humilde nacimiento del Niño Dios. Un belén que, según
contaban, había colocado por primera vez en una iglesia un buen hombre llamado
San Francisco de Asís.
—¡Qué pena, Robi, no haber nacido en aquella época!
—No te
preocupes, Nika. Puedo contarte todas sus experiencias, ponerte vídeos,
pódcast, películas y recrearte toda la fantasía que estas personitas vivieron.
—¿De verdad,
Robi? Por favor, sigue contándome… Me encantan estas historias. Creo que son
las más bonitas que te he escuchado contar nunca.
—Verás, Nika,
la Navidad también tenía una cara oculta. Sí, muy triste, en otra parte del
mundo. ¿Ves este mapa? Por Gaza, Israel, Ucrania, países de África,
Centroamérica… la gente no podía disfrutar las Navidades como el resto. Estaban
en guerra. Habían sustituido las estrellas del firmamento por drones y misiles
que volaban para impactar con las casas y matar a los niños y niñas como tú.
—¿Guerra?
¿Dices guerra, Robi? ¿Por qué la guerra en lugar de disfrutar la Navidad?
—Así eran tus
antepasados.
—Las guerras
eran terribles —continuó Robi, mostrando luces intermitentes en su pecho de
metal—. Todas producidas por la avaricia y el desorden de gobernantes y gentes
que no querían ver a los demás felices. Guerras alentadas por la ambición de
unos cuantos hombres y mujeres que habían perdido en sus almas el espíritu de
la Navidad.
Tiraban
bombas, destruían hospitales, colegios, hacían auténticas masacres y mataban a
las personas. Muchos niños morían o se quedaban huérfanos sin padres ni madres
—las luces del pecho del robot se agitaban cambiando de color—.
—Mira este
vídeo, Nika; así puede que lo comprendas mejor.
Nika se quedó
inmóvil y comenzó a llorar al ver a tantos niños sufriendo dolor, frío y
hambre. No entendía por qué había tanto sufrimiento en el planeta Tierra. Le
parecía extraño cómo podía haber tanta gente feliz en unas partes del mundo y,
a la vez, tanto dolor en la mayoría del resto.
—¡Anda! ¿Y
estos niños vestidos con túnicas, y un burro y un buey, y este niño recién
nacido tan hermoso? ¿Qué están haciendo? —preguntó Nika.
—Se llama
representación de un belén viviente. Es en un pueblo de la provincia de Ciudad
Real, Moral de Calatrava.
—Y además
—continuó el robot—, era para recordar el nacimiento de Jesús que era Dios. Sus
padres, María y José, pidieron posada en muchos lugares, pero nadie se la dio,
y María, que estaba embarazada, tuvo que dar a luz en un pesebre.
—¡Me encantan las Navidades, Robi! Pero ¿para qué servían estas celebraciones?
—Para cambiar
los corazones de las personas y que dejaran de ser tan irracionales, malvadas,
egoístas, soberbias, avariciosas, envidiosas y con poca empatía hacia los
demás.
—¿Y cuánto
duraba la Navidad?
—Duraba hasta la venida de los Reyes Magos, que se festejaba el día 5 de enero, pero eso solo pasaba en un país: España. Cuenta la leyenda que estos tres magos representaban a aquellos Reyes de Oriente que llevaron regalos al Niño Dios del pesebre.
—¡Qué bonita y maravillosa es la Navidad, Robi! Aquí, en la colonia de Liliput no se vive con esa intensidad. Hoy es día de Navidad; por lo visto coincide con esas fechas. ¿Podríamos hacer algo parecido a lo que hacían en el planeta Tierra? ¿Tú y yo?
—Perdona, Nika… Creo que he traspasado los límites contándote las Navidades —dijo Robi con voz temerosa y entrecortada, empezando a ser consciente de que algo no iba bien en la conversación.
De pronto, se
apagaron las luces y un zumbido metálico cortó el aire. Otro robot, Huxley,
apareció y se dirigió en tono autoritario a Robi:
—¿Acaso no
sabes que está prohibido hablar de determinadas cosas referidas a la historia
de la humanidad? La niña Nika no debe saber de las guerras ni de la Navidad.
Robi enmudeció. Se escucharon extraños ruidos en sus circuitos y lentamente se fueron apagando sus luces hasta quedar en silencio y oscuridad total su triste pecho metálico.
Nika se quedó
mirando a Robi con asombro. En su mirada había un destello de sorpresa y
tristeza a la vez. No le gustaron las palabras ni la actitud del robot Huxley.
Sintió pena por Robi, a la vez que se alegró de haber recibido aquella
información que, de una u otra manera, la ligaba a un lejano pasado que una
civilización más avanzada que la actual había querido sepultar en la
profundidad de la historia.
Aquel gesto de
su, hasta ese momento, preceptor encargado de su educación le pareció un acto
de valentía. Quién podría saberlo: aquel díscolo Robi seguramente formaba parte
de una generación de singulares robots que se habían humanizado más de lo
debido. Nunca llegó a saber el destino final de este valeroso robot; quizá fue
reprogramado para realizar otras tareas. Nunca lo sabremos.
¡Feliz Navidad
para todos los lectores de esta tribuna!
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Miércoles, 24 de Diciembre del 2025
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