La mirada es la de un necesitado no es la derrota suya es la de un pueblo que no entiende las necesidades, el baja los ojos, los sostiene, como quien sabe que la dignidad no se mendiga. En esa mirada hay patria herida, trabajo ausente, pan que falta y derechos que alguien dejó caer en una vereda cualquiera. No es una mirada sola de el: vienen con ella los que quedaron fuera, los que esperan, los que resisten sin convencimiento a los demás sin altavoces y sin bandera.
Es una mirada que acusa sin señalar, que recuerda sin rencor. Lleva el cansancio de los cuerpos olvidados y la terquedad de seguir estando porque estar, aún en la intemperie, es un acto político. En sus ojos late una verdad simple y feroz: que afirman que nadie es descartable, nadie sobra, cuando la justicia social camina de frente.
Quien se cruza con esa mirada y siente algo más que culpa; siente responsabilidad, porque ahí, en ese rostro curtido, está el espejo de una comunidad que se rompió, y también la promesa de que puede volver a unirse. La mirada de un mendigo no pide caridad: exige memoria y recuerda que donde hay un hermano en el suelo, la patria todavía está de rodillas. Y, sin embargo, resiste como una brasa mínima en medio del viento. Porque mientras haya alguien que mire de frente, aunque esté caído, la derrota no es total. La verdadera pobreza no es la falta de techo, sino de quien tiene la costumbre de mirar para otro lado.
La mirada de un mendigo no pide permiso para existir. Se planta, interpela y recuerda. Nos dice que la justicia social no es un eslogan sino una deuda viva y que una patria no se mide por los que llegan, sino por cómo levanta a los que quedaron abajo. Cuando esa mirada deje de doler, tal vez, habremos perdido algo más que la sensibilidad... yo diría que habremos perdido el rumbo.
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