Luisa, frente a la ventana prendida a sus agujas de tejer,
suspiraba entre hebra y hebra, colocando sus pensamientos a un lado y a otro de
las agujas, con la prisa de querer terminar la labor, con la prisa de querer…y
terminar…
A través de la ventana y con la rapidez de una experta, no
miraba los pasos que dar, miraba al infinito en su ventana…El derecho y el
revés del hilo de la vida le dibujaban caminos hacia dónde dirigirse.
La labor crecía al igual que sus hijos, aunque los pasos
atrás no pudieran deshacerse tirando solamente de un hilo.
Luisa contaba cuatro del derecho y cuatro del revés, los
reveses de la vida, y el camino derecho que a veces se salta como un punto,
quedando así un hueco al que hay que engancharse para salvarlo y que no deshaga
todo nuestro surco trazado.
Un sorbo cálido entre la labor y entre sus labios, sujetando
la taza de té con los dedos pulgar e índice, hacían reposar la tarea que se
sostenía en su regazo. Mientras, una sonrisa de placer adornada con una gota de
infusión asomaba resplandeciente en su rostro.
El último punto de cierre, como se acaba el ensarte de las
cuentas para formar un collar, yendo hacia atrás y saltando sobre el otro,
sobre todos los otros… puntos de su alrededor.
Luisa, remata el último punto y corta el cordón. Elaborada
su acción, preparada su obra entretejida a punto de espuma y bobo de ternura,
trae el llanto de la vida. La labor concluida lo envuelve y consuela arrullando
el comienzo de una nueva creación.
(A todas y a todos los que tejéis la labor de vuestras
vidas.)
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