Opinión

Repensando la Fiesta de las Letras

Ángel Olmedo | Lunes, 3 de Septiembre del 2018
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Casi setenta años de festejo de la cultura, en general, y de la Literatura, en particular, imponen que, entre todos, observemos un ejercicio de cuidado y embellecimiento de nuestra Fiesta de las Letras (el acto cultural de mayor calado de nuestra población y, posiblemente, uno de los más prestigiosos, de tal índole, de nuestra región).

En los últimos años, y no necesariamente comulgando con el cambio de signo del Gobierno municipal, la Fiesta de las Letras ha ofrecido un viraje (novedoso, pero no necesariamente beneficioso) enfocado hacia la escenografía y la presentación pretiriendo el intrínseco y primordial valor de un evento literario, la importancia de la palabra.

Un esquema que, quizá, satisfaga a los amantes de lo visual y lo escénico pero que, a todas luces, resulta insuficiente y paupérrimo para aquéllos que (como el que suscribe) entienden que la Fiesta de las Letras ha de asentarse (y encastillarse, llegado el caso) en lo literario.

De ahí que, según mi visión, resulte necesario, a estas alturas, y con la mirada puesta en el cercano septuagésimo aniversario de su celebración, abrir un amplio diálogo (debate crítico, en suma) sobre si el actual es el formato que la Fiesta de las Letras requiere (y merece).

Partamos del hecho, indiscutible, que la Fiesta de las Letras es (y ha de ser) un evento que ensalce, encumbre y glose las virtudes de la Literatura y que, sin obviar ello, ha de acompasarse con ciertas reglas de los eventos sociales (en especial, en cuanto hace a su duración, que invita a no sobrepasar las dos horas de extensión).

Sentado lo anterior, y con un ánimo de necesaria brevedad, cuatro son los aspectos que habrían de modificarse en la celebración de la Fiesta de las Letras, según se detalla a continuación:

Priorizar la función del Mantenedor. La figura estrella y sobre la que pivote el acto de la Fiesta de las Letras ha de ser la del Mantenedor.

En ningún caso ha de encorsetarse al Mantenedor en una temática predeterminada, sino que ha de ofrecérsele la oportunidad de que fluya libremente por los senderos literarios que estime y, por ende, ampliar su participación, permitiendo que su alocución se extienda por término no inferior a los cuarenta y cinco minutos.

Resulta obvio que este cambio de perspectiva exige que la labor de elección del Mantenedor se anticipe y que se explique a éste la magnitud y los pormenores del acto para que el autor elegido pueda elaborar un trabajo detallado, cuidado y acorde a las expectativas del público que acude a un evento literario de la envergadura del que nos contrae.

Esta alternativa evitaría episodios, como los sufridos en algunos de los últimos años, en los que el Mantenedor acude a la Fiesta de las Letras con un discurso basado en la mera experiencia personal (de valor anecdotario pero de dudosa altura y profundidad literaria) y que no se prodiga en los ineludibles senderos del análisis y las sensaciones de la alta Literatura.

Internacionalizar la Fiesta de las Letras. La Fiesta de las Letras ha de ser ambiciosa y acudir, en la elección del Mantenedor, a escritores, poetas y/o periodistas de diversas nacionalidades y no necesariamente castellano parlantes.

Sin duda, evitar la traducción de la exposición del Mantenedor se encarna como un lastre que acarrea una enorme pérdida de posibilidades, de opiniones, de visiones.

Y es que actuaciones como la actual, en suma, circunscriben y acotan, sin sentido alguno, el prestigio y la calidad de los personajes que puedan asumir la labor de mantenimiento de la Fiesta de las Letras, reduciendo las oportunidades de disfrutar de grandes creadores extranjeros.

Convertir el acto en meramente literario. La Fiesta de las Letras, como antaño, ha de limitarse a la Literatura, sin convertirse en una sucesión de entrega de premios de otras disciplinas artísticas (igual de respetables) que comulga, más, de la lectura de actas de un jurado heteróclitamente cultural.

Esta variante, además de ampliar las posibilidades temporales del evento, no impediría que los premiados de los certámenes de pintura, dibujo y fotografía puedan ser igualmente agasajados, si bien en otro evento diferenciado y, a buen seguro, ubicado en el entorno de las exposiciones donde cuelgan sus obras (circunstancia que, por otra parte, y como me consta por experiencias vividas en diversos años, haría las delicias de la mayor parte de los pintores y fotógrafos, que se sienten menos pacíficos en un acto en el que la palabra reina).

Ofrecer una tribuna a los autores premiados. Si, como ya se exponía previamente, el Mantenedor ha de ocupar el papel preponderante, los autores premiados han de contar con la oportunidad de que su presencia en el mismo no se ciña a un mero agradecimiento en la recogida del premio.

De los autores se espera que puedan contar con el uso y disfrute del tiempo y el espacio para lanzar sus reflexiones, argumentar sin la premura o el acotamiento de las prisas y, sobre todo, si así lo desean, ofrecer al respetable la interpretación de parte de su obra galardonada.

El recurso a la lectura por un tercero del extracto que éste (y no el autor) considera más relevante del trabajo es un sucedáneo que, como puede entenderse, no desagravia al escritor ni recompensa al respetable. 

Éstos son, a mi juicio, los cuatro pilares fundamentales que han de mover la modernización (aun cuando algunos aspectos de los expuestos puedan arraigarse a un ámbito más tradicional) de la Fiesta de las Letras.

Otras cuestiones, como la participación de las Madrinas (como trasunto de las musas inspiradoras del artista, pero con la necesaria ilustración previa sobre la obra del Mantenedor y de los premiados), la del presentador (que habría de asumir su papel de mero conductor y no de protagonista) y de la necesaria consideración y respeto por la etiqueta de la gala del evento, contando con su indudable importancia, son menos perentorios, en cuanto a su acometida, que aquéllos que se ha hecho elenco previamente.

Espero haber aportado ciertas ideas en cuanto a la conformación de la Fiesta de las Letras y, sobre todo, haber estimulado e invitado a que los responsables de la misma, y otros sujetos y agentes que la envuelven (todos los tomelloseros amantes de la Literatura), dediquen las horas y minutos a la reflexión y mejora que nuestra Fiesta merece.

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