Admiramos las de Altosa y sus gigantescas tinajas, la cueva de la familia Bolos, una de las  primeras que se construyeron en el centro de la ciudad, las de Ángel Jiménez y Apolonio Peco en la calle Dulcinea, una de las vías que más cuevas guarda; la de la familia Lozano, la de Alfonso López Oliva, de más de 150 años; la de Jesús Sánchez Torres, las de Nacho Martínez Onsurbe, Julián Espinosa, Estrella Marquina, Manuel Casero, Marcelino Novillo y Pilar Valentín que ahora da cobijo a tertulias literarias.

Admiramos la cueva inmensa de Paco Díaz-Ropero en la calle doña Crisanta, enfrente vimos la de su tío, Pepe Ropero.  Paco nos enseñaría otra cueva de la familia en la calle Don Víctor, las tres con mucha solera y esencia;  la de Francisco Jiménez y sus arcos lobulados, la de Francisco Carretero, activa hasta el 2005; la de la familia Cuesta con una historia de dos siglos; la de Ceferino, una de las más visitadas de la ciudad; la de Antonio Ortiz y Elena Losa, joya subterránea para enmarcar; la de Bodegas Dinastía, que combina modernidad y tradición; la de Andújar que ha visto pasar cuatro generaciones de vinateros;  la de Vicente Carretero y Asunción Casero, exquisitamente cuidada y plena de luz; la cueva terrosa de Mari Paz Parra; las de Emilio Villena y Vicenta Cepeda, la de Andrés Jiménez “Virutas”, las de Mónico Lara, María Luisa Olmedo, familia Treviño Chinchilla, José Gil, Jesús Morales, Pablo Cano, familia Cañas Parra, Dolores Valentín, Rafa Solana y Feli Martínez, Antonio Carmona, familia Correas y la de Vicente Palacios.  

También hicimos parada en la de Jesús Campos, en la de Antonio Perales Madrigal y sus tinajas panzudas, en la de Josefa Castro y Antonio Espinosa, joya de los años 50; en la de Felipe Fuentes y su gruesa tosca; en la de Pedro Espinosa y Concepción Ortiz; en la de la familia Calabria con una inacabada reforma, en la de Antonio Jiménez que atesora 150 años de historia, en la de Agustín Moreno “Cota”, una joya de 1917; en la de Pablo Morales, de 125 años; en la de Pilar Álamo y Carlos Benavente; en la de Antonio Huertas que lleva firma de autor y en la de José Antonio Olmedo, cueva de 130 años que vimos en marzo del 2020 justo antes de la irrupción de la pandemia del Covid.

Retomaríamos las visitas en junio del 2021 a la cueva de la familia Marquina en la calle Independencia. Y seguimos deambulando por el subsuelo tomellosero viendo la cueva de Elías López Montero, construida por su abuelo en 1948; la de los cubanos Héctor Cruz y Carmen Sarmiento en la calle La Palma, las de Mariano López, Josefina Cañas, Adoración Ortiz, Pilar Cepeda y Felipe Ortiz, Vicenta Perales y Félix López, la cueva esférica de Josefina Pedrero, la de Pedro Izquierdo y Carmen Cañas, de casi 180 años de antigüedad; las de Isidoro Martínez, Isidro Blanco, Ángela Marta, Antonio Galán, la cueva de los Blancos, la de Mercedes Santiago y Leopoldo Estrada, la antigua de Fábregas, hoy de José Antonio Larios; la de la familia Sánchez Romero .

Seguimos disfrutando en la de Francisco Perona, vestigio de la antigua cueva de Juan Cuesta; la de Isabel Sánchez y sus tonos verdes y azules; la de Ángel González y sus impecables balaustres; la de Florencio Lara; la de Luis González; la laberíntica cueva de Tomasa Navarro, las de Carmen Navarro, Mari Fe Díaz, Encarnación Aguilar, hijos de Jesús Ortiz Bellón, Luis Menchén y Lucía, donde brindamos por ser la número 100 que visitábamos; la de Francisco Martínez y Manuel Ortega, la de Carmen López Treviño,  la de la Familia Lahoz, conocida por seis generaciones; la de Eladio Serna y sus grandes tinajas, la de Martina Olmedo y su escalera infinita; la de Félix Serrano y Dolores Martínez que tanto lucharon por salvar, la de Eugenio Navarro y Encarnación Gutiérrez, la de los Hermanos Lara Paraíso y la de Rafael Olmedo, la 111, la última que hemos visitado. Quedan todavía algunas para culminar este apasionante recorrido. La siguiente será la de la familia Perales, en el paseo San Isidro, otra cueva emblemática de la ciudad.

Siempre fuimos bien recibidos. Con todos los propietarios compartimos conversaciones, arte, curiosas colecciones y, muchas veces, el vino y aperitivos que generosamente nos ofrecieron. Conocimos la bonita historia de muchas familias vinateras, en realidad, conocimos  la hospitalidad, sabiduría y generosidad de unos tomelloseros que quieren cuidar su pasado.