Como todos, mi amigo Manolo tiene sus cosas, aunque su
parienta dice que son “tontás”. Pero yo lo entiendo, es más, diría que sus
rarezas son un estímulo para avivar nuestra larga amistad, al menos, y a ratos,
nos sirven para conversar sobre cualquier tema que se preste a debate.
Les explico, él vive en una permanente contradicción
porque siempre está cuestionando todo lo que acontece, y lo hace confrontando
ideas, sentimientos o cualquier novedad que surja. Seguramente su actitud de
contraponer todo lo que le rodea viene dada porque Manolo es un fanático de la
tercera ley de la dinámica, es decir, de las fuerzas de acción-reacción, pero
en tan amplio sentido que la aplica más allá de la física. Por eso es un apasionado
y vehemente seguidor de las teorías del ying y el yang, tanto, que igualmente
las adapta a cualquier concepto que pueda discutirse. A veces es un rollo su
discurso porque lo cuestiona absolutamente todo pero otras, sin embargo, nos
sirven para elucubrar hasta límites insospechados, especialmente cuando el tema
es ambiguo o abstracto.
El otro día, tomando unas cervezas, le referí que,
revisando mis viejos vinilos, me encontré un LP de los grandes éxitos de
Simon&Garfunkel y le advierto que los dos tenemos una edad (y lo aclaro
porque frente al reguetón y las pachangas habituales nos refugiamos en los
clásicos de antes, aunque nos tilden de nostálgicos). Pues bien, le explicaba a
Manolo que nunca me había percatado de la incoherencia del título de una de las
canciones, refiriéndome a "Los sonidos del silencio", y sabiendo de
sus manías, le provoqué diciendo que qué significado tan absurdo y a partir de
ese momento nos enredamos en un debate casi eterno, porque nos dieron las
tantas.
Pero mientras tanto, y entre trago y trago, le expuse
a Manolo la falta de lógica del título de esa balada, vamos, que cualquiera con
dos dedos de frente discurre con sentido común diciendo ¡qué sonido va a tener
el silencio!, pues ninguno; como el sabor del agua, son cosas que las decimos sin pensar. Además, me animé
a buscar en la red la traducción del inglés para ver si me aclaraba algo y me
encontré con una letra bastante cursi, o al menos así me lo parece ahora.
Mi interés no iba más allá de tratar sobre la
importancia que tiene el silencio en nuestra vida cotidiana y su necesidad,
pues en algunos momentos es imprescindible para relajarnos del continuo estrés.
Sin embargo, el tiro me salió por la culata, porque
Manolo, siempre con su actitud discordante, empezó a contarme sus manías
referentes al ruido. Mira, me dijo, ya sabes que Julita (su mujer) no quiere
hablar al amanecer. Por eso la respeto, y ni abro la boca, oye, que a esas
horas está como ausente. Pero te confieso que me descoloca, porque lo primero
que hace al entrar en la cocina es poner la radio, supongo que necesita ruido
de fondo como el estribillo de una canción de Miguel Ríos (sospecho que esa
aclaración venía a cuento porque empezamos hablando de música).
Pues bien, a partir de la segunda cerveza Manolo entró
en bucle y siguió contándome sus pequeños conflictos maritales. ¡Y ya no te
cuento cuando se seca el pelo!, eso sí que me molesta, que se tira un rato bien
largo y ni siquiera puedo escuchar las noticias.
Después, y sobre las pequeñas manías, me aclaró algo
que ya suponía, porque mi amigo, al amanecer, y mientras desarrolla las
primeras tareas, escucha dos emisoras de diferente ideología, una en el
dormitorio y otra en la cocina. Es evidente que lo hace para contrastar y ser
fiel a su eterna obsesión. Sin embargo, algo de razón lleva en su explicación,
porque la misma información adornada con matices partidistas en los titulares
puede parecerte totalmente opuesta. Así pues, Manolo me confiesa que al cabo de
unos minutos ya no necesita ese ruido de las cuñas informativas que se repiten
insistentemente como un mantra de adoctrinamiento.
Para banalizar un poco la conversación le cuento a
Manolo que, sobre el ruido, tengo alguna anécdota divertida, pero que encajaría
más en un programa de Iker Jiménez. Me refiero a que una de mis abuelas, cuando
era muy mayor, decía continuamente que oía a los músicos en la esquina de su
calle, y comentaba airada, ¡ya están ahí otra vez!. Ella no sabía qué era aquel
sonido que escuchaba porque, si le preguntabas, ¿pero qué tocan, abuela?,
decía, pues música (que sería el anuncio de la música celestial, porque al poco
tiempo falleció).
Otra pariente mía dice que le viene un ruido a la
cabeza, y que a veces el zumbido es tan grande como el de una olla a presión o
una cafetera, y tampoco ella sabe definirlo muy bien.
Deduzco que al final va a tener razón mi amigo Manolo
con sus teorías de acción-reacción porque soportamos tanto ruido y de tantos
tipos durante nuestra existencia (Y aquí me sale otro estribillo de Sabina
<<mucho, mucho ruido, tanto y tanto ruido>>) que, seguramente, eso
que llamamos eternidad, cuando dejamos de existir, el llamado descanso eterno,
es un periodo repleto de silencio para contrarrestar el desasosiego que nos ha
provocado el atronador ruido en nuestra vida.
Mientras tanto, y antes de que llegue ese inevitable
final, disfrutemos del silencio elegido y sus bondades. Además, es importante,
es conveniente, que sea administrado con generosidad, pues, como bien dice el
dramaturgo Juan Mayorga en su discurso de ingreso en la RAE y que tituló
SILENCIO <<El silencio nos
es necesario, desde luego, para un acto fundamental de humanidad, escuchar las
palabras de otros.>>
Globosonda: Texto para la Caja Negra de mayo del 2023
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Viernes, 9 de Mayo del 2025
Domingo, 11 de Mayo del 2025