Me gusta pasar
ratos en compañía de mi amigo Ciri, ya lo conocen ustedes, mi amigo desde la
infancia al que en el bautismo le pusieron Ciriaco, los compañeros de colegio
lo rebautizamos con el diminutivo y más cariñoso, según su propia opinión.
Es un
hombre todo corazón y con un sentido común a prueba de imbéciles. Su estilo
cachazudo, de ser y vivir, ayuda mucho a quienes lo conocemos. No es amigo de
peroratas ni apariencias de ideas brillantes.
Hoy me lo
he encontrado en medio de la plaza, he estado observando sus movimientos y no
he querido llamar su atención, porque me ha parecido ensimismado, contemplado
todo lo allí plantado, el árbol, los pastores, el belén…; pero al contrario del
resto de personal peripatético en estas horas de la tarde, haciéndose fotos con
y autorretratos (ahora los llaman selfi, por aquello de la modernidad
angloparlante), él se contenta con mirar, observar y sacar sus conclusiones.
Su
gabardina y gorra de pana para invierno le alivian el frío que circula terco
entre la gente. Me parece que ha terminado su examen vespertino de la plaza y
me cerco por detrás como para darle una sorpresa.
—Hola,
Ciri, buenas tardes. ¿Qué tal estás?
—¡Hola!
Me hallo en perfectas condiciones y en pleno disfrute con todos estos
artilugios que han colocado.
—¿Cuál te
gusta más? —le pregunto intentado ponerlo a prueba.
—¿A mí?
El árbol sin lugar a dudas.
—¿El
árbol? ¿Cómo me dices eso? Hace unos días te parecía cosa de “ateos” aunque
permitías ponerlo en tu casa para jolgorio de tus nietos. ¿Has cambiado de
opinión como dice nuestro presidente nacional?
—Que a mí
me guste el árbol puesto aquí en medio, no quiere decir que no siga pensando lo
mismo. Es muy bonito y cuando se ilumina me gusta todavía más. En fin, ya he
terminado mi recorrido. Si no te parece mal vamos a por nuestro café
vespertino.
—Vamos, —le
digo.
Comienza
a ser una costumbre para los dos esto de tomarnos un café con magdalenas las
tardes que nos vemos; a la vez aprovechamos para charlar de algo que se nos
ocurra y pueda ser interesante.
La gorra
y la gabardina se quedan en la percha de la entrada, también yo dejo mi trenca
colgada. Se disfruta de buena temperatura en el local y queremos aprovecharla.
Frotamos las manos reconfortándonos del frío pasado fuera. La camarera nos ha
preguntado «si queríamos lo de siempre» y la respuesta ha sido afirmativa por
ambas partes. Ciri observa unos instantes el servilletero de modo silencioso
como si estuviera muy interesado en su esencia, me mira frunciendo las cejas…
Seguro que me va a preguntar algo o se le ha aparecido una ocurrencia
interesante; conozco ese gesto; efectivamente salta la apostilla.
—Recuerdo
en estos momentos un problema de matemáticas que nos puso el maestro don
Társilo, decía: «¿A qué velocidad tiene que salir el cerdo de la pocilga, para que,
en la carnicería que dista un kilómetro, le paguen al dueño el kilo de tocino a
diez duros?
Te
imaginas, amigo lector, que no pude contener una carcajada estridente y varios
de los vecinos de mesa me miraron no sin sorpresa. Viendo mi amigo que no podía
contener la risa, quién iba a esperar esa salida con la cara tan seria que
plantaba Ciri, continuó diciendo:
—Nuestro
maestro que sabía mucho y cómo enseñarnos nos propuso esa cuestión, para
hacernos reflexionar que hay situaciones y acontecimientos en la vida cuya
relación resulta, cuando menos, ridícula; de modo que terminaba con una
conclusión en el mismo tono de la pregunta: «No podéis confundir la velocidad
con el tocino»
Cuando
consigo ponerme serio y ajustar la cara atendiendo la explicación de mi amigo,
oigo que me explica.
—Antes, y
lo hemos hablado cuando te dije que me gustaba diciembre, distinguíamos en este
mes los días de preparación y los de Navidad. El día de Navidad celebrábamos el
Nacimiento de Jesús, el Señor (Natividad), en familia, con amigos, en la
Iglesia. Pues ahora no sé si será por un movimiento comercial incitando a las
compras, si para tapar sentimientos religiosos cristianos, si de abogar por una
moda…, nos insisten de modo machacón: “ya está aquí la navidad”, “por fin ha
llegado navidad”.
—Te
entiendo perfectamente, también me he dado cuenta de eso, pero no le había dado
la reflexión que tú haces, —le respondo.
—Si en el
fondo tampoco me hace daño que intenten confundirnos y relacionar entidades que
no tienen nada que ver, a mí no me convencen. Lo que más me hace pensar es que
de modo callado, sin aparente imposición, en múltiples situaciones de la vida
están cambiándonos valores, costumbres, ideas, pensamientos, como quien no hace
nada. Mi preocupación es que en asuntos sustanciales podamos confundir lo
esencial con lo accesorio. Lo importante con lo pasajero.
—He de
decirte que pensó igual que tú. Es muy cierto lo que dices.
—Gracias,
amigo, por tomarme en serio a mí y mis reflexiones por eso te deseo desde hoy:
¡Que seas muy feliz con tu familia en Navidad!
—Muchas
gracias, igualmente te digo de corazón.
Necesito
dar un abrazo a Ciri y así lo hago.
Qué
importante es tener una cabeza pensante y hacer que funcione bien desde la
naturalidad de nuestras expresiones.
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Viernes, 9 de Mayo del 2025
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