Opinión

La revolución de la toalla y Ciri

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 17 de Mayo del 2025
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Está Ciri de un religioso subido. Ha recordado algunos de los asuntos que tratamos el viernes pasado. Lo que más le impactó fue conocer el significado del acrónimo Papa. 

También viene discordante con la imagen de san Isidro, cuya fiesta fue ayer día 15. Eso de representar al santo mirando al cielo con los ojos en blanco, mientras un ángel cumple con su obligación de labrar la tierra, no lo convence en absoluto. «Así cualquiera se gana el sustento» dice bastante serio.

Ya se lo aclaré el año pasado: Es una representación artística y excesivamente beatifica, para mi entender,  de un hombre que vivió entre los siglos XI y XII, de oficio era labrador  como otros de su tiempo y del nuestro. Sacaba algunos momentos para rezar entre sus jornadas laborales, como buen creyente, pero eso de que un ángel trabaje mientras él reza es un pura leyenda de alguien con los niveles beatíficos por las nubes.

La aportación del camarero con los cafés y las magdalenas nos obliga a un descanso en la conversación. Ya lo he contado en otras ocasiones. Es superior a sus fuerzas no abstraerse con el perfume de la estimulante bebida y la imagen de las magdalenas en la mesa. Se silencia, el mundo se para, Ciri asciende al quinto cielo y durante unos minutos solo existe, en su entorno, el objeto de su atención.

Recobra la consciencia de relación humana. Observa a los compañeros de cafetería y me pregunta con tono guturalmente misterioso:

—¿Has oído hablar de la “revolución de la toalla”?

Este compañero cafetero cada tarde me sorprende más; podéis  soñar, amigos lectora y lector,  lo más remoto imaginable y nunca coincidiríais con sus alcances. Necesito recomponer mi mente para darle una respuesta oportuna.

—Sí. Algo he leído. La primera vez que oí la expresión me sorprendió, investigué en internet; sabes, amigo, es como tener la mayor universidad del mundo al alcance de tu dedo. Conseguí informarme bastante.

—A mí me suena como la revolución industrial, la tecnológica, la francesa, la comunista…, las hemos estudiado por obligación en los años de colegio e instituto y por gusto posteriormente. Mi problema es asociar el concepto de revolución a una simple toalla —responde mi amigo con ojos de asombro, colocando las manos con las palmas hacia arriba en espera de inspiración de los hados.

—La cosa comienza en una cena de despedida, a la que asisten unos amigos con sus familias al completo. A los niños los atiende el abuelo explicándoles lo que celebran esa noche. Se come un cordero, se bebe vino en abundancia, pero con moderación y a la vez se cantan salmos. Esta cena es muy famosa, incluso la pintó a su manera Leonardo da Vinci.

Ciri me coge el brazo y con cara inquisidora emite una afirmación tintada de duda:

—Te estás refiriendo a la Ultima Cena de Jesucristo con sus Apóstoles…

—Así es, dilecto amigo, eres un “aguililla” como te he dicho en otras ocasiones —le respondo; conecto el teléfono y busco en mis archivos la Biblia, en un instante aparece el párrafo que me interesa,  lo muestro al compañero y le ordeno— lee a ver qué hay escrito.

Deja la taza en su lugar descanso con tiento meticuloso, saca las gafas necesarias, coje el teléfono y dice:

—«Antes de la fiesta de la Pascua.  Durante la cena se levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.» (Jn. 13, 1-5).

—Vale, Ciri, ya hay bastante. Acabas de leer el inicio de la “Revolución de la toalla”. Te aclaro algunos puntos: El mismo Jesús lava los pies, función de esclavos en aquel tiempo, se rebaja hasta el suelo, no le importan la suciedad, ni el olor, ni los callos, ni las malformaciones. Él, al que llamaban Maestro y Señor. Antes se ha quitado el manto. La lección es muy sencilla pero muy profunda: Los que quieran llamarse seguidores suyos deberán quitarse los orgullos, títulos, honores, pedestales, salir de las catedrales…, aquello que pudiera hacerles sentirse superiores a los demás y tratar a las personas desde el servicio, incluso desde lo más primario y, todo eso, hecho desde una base fundante: El AMOR.

—Es muy fuerte lo que me estás diciendo, —responde mi compañero, comprendiendo la carga tan impresionante que tal signo de Jesús  contiene.

— Si será fuerte el contenido que hay teólogos que lo sitúan en paralelo a la institución de la Eucaristía. El problema, querido Ciri, es que tal revolución no se ha llevado a cabo por la totalidad de los que nos llamamos cristianos. Sí he de decir que hay miles personas, seglares y religiosas, que  empeñan su vida y la gastan haciendo actual el testimonio del Nazareno, es decir, la Revolución de la toalla, como la denominan entre los jóvenes y mayores, en grupos parroquiales de muchos pueblos y movimientos eclesiales.

—Compañero, —añade Ciri— esto hay que pensarlo detenidamente. Tiene más enjundia que las devociones, procesiones y demás actividades de religiosidad popular, tan en boga estos últimos años…

Salimos de nuestra reunión con necesidad de utilizar la “toalla” con todo el que nos necesite, desde enjugar unas lágrimas, hasta lavarlo de situaciones penosas o simplemente hacer la vida algo más agradable a las personas en nuestro camino.

El pago del café lo hace Ciri sin preguntarme, pero con una sonrisa de complicidad. Creo que, con este detalle tan simple y cariñoso, empieza a usar la toalla…


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