Opinión

Las quejas con tiento piensa Ciri

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 6 de Septiembre del 2025
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No termina Ciri de creer en el cambio climático, se ha quejado varias veces de la gente que le recrimina tal actitud. Él alega a su libertad de pensamiento y a la falta de fuerza de las razones que le enfrentan. Tengo que admitir su punto de vista, porque el verbo creer tiene su fuerza en la admisión de algo de lo que no se tiene constancia evidencial, por lo tanto, no debe aplicarse a lo que aparece como conclusión científica. Por lo tanto, concluye: Si lo que nos presentan como cambio climático es conclusión científica, no puedo creerlo, debo acatarlo como lo que es, debo admitirlo sin dudar, hasta que surja otra hipótesis que anule o amplifique esta.

Es la conversación que me ha tenido durante la espera de los cafés y las magdalenas, alegando que hay una bajada muy importante de las temperaturas, durante estos días, perniciosa para los frutos del campo, ha hecho hincapié  en la vendimia, pero beneficiosa para las personas que trabajan en la recogida de la uva.

—¡Señor camarero, ¿por qué sirve siempre el café y las magdalenas antes a mi compañero que a mí? Ya podría hacerlo al revés de vez en cuando. ¿No le parece?

—Usted perdone, señor don Ciriaco —es el  nombre completo,  sin el diminutivo de Ciri—, no he pretendido molestarlo. Le aseguro que es algo que realizo de modo inconsciente, desde luego sin malicia alguna. En adelante lo tendré en cuenta y cada viernes iré alternando el orden del servicio.

No podía creerlo. La escena era demasiado excéntrica en la educación de mi amigo, pero estaba sucediendo, al pobre camarero se han enrojecido hasta las cejas, sus  manos tan firmes siempre en las comandas, temblaban mientras nos colocaba los servicios. La mirada que he dirigido al compañero podría haberlo fundido. Han trascurrido unos instantes en los que he ansiado estar en Papúa antes que aquí.

No había terminado el camarero de desearnos buen provecho cuando Ciri se ensimismaba preparando las exquisiteces de la mesa. Aparentaba total normalidad. No cabía en cabeza alguna lo que estaba ocurriendo. Incluso llegué a pensar si me estaba dando algún ictus cerebral, de modo que todo era actividad de mi mente. Evidentemente no tenía alientos para disfrutar del café. 

—¿Qué te ha parecido mi diálogo con el camarero? —Me pregunta, el hasta ahora amigo, con toda la naturalidad del  mundo.

—Me ha parecido una falta de educación, de respeto y de compostura fuera de toda persona educada. Y desde luego nunca la hubiera imaginado en ti —contesto muy indignado, conteniéndome por no dar en la mesa una palmada que hubiera echado al suelo el “vedriao”.

—Hemos querido escenificar en tu presencia —responde Ciri con parsimonia digna de monje budista— y lo hemos conseguido, vista tu reacción, algo que ocurre frecuentemente en cualquier lugar del mundo conocido hasta el momento. 

El compañero levanta la mano demandando la presencia del camarero, el cual se acerca al momento. Estoy a punto de reventar, mi cabeza funciona como un huracán imaginando otra filípica a este hombre tan cumplidor y educado. Pero no…

—Perdone usted —me dice con tono de súplica—, el mal rato que le hemos hecho pasar. Ciri me pidió colaboración para una representación del ofensivo comportamiento, muy habitual por desgracia y no he podido negársela. A la vez debo añadir que en algún instante yo también estaba muy sorprendido de cómo sucedía la trama.

—Ya has oído —interviene Ciri— estábamos conchabados los dos para sorprenderte y gracias a nuestras dotes escénicas lo hemos conseguido. Yo también pido disculpas por los modos, pero el asunto requería una cierta fogosidad. 

—Asunto zanjado, pero queda guardado en el zurrón —respondo haciéndome el ofendido y avisando de posible “vendetta”.

—Llevo un tiempo observando —aclara el compañero— que hay mucha gente que se queja por todo, situaciones, expresiones, actitudes, ideas…,  por todo aquello que no cuadre a su caprichoso modo de ver los acontecimientos, a su exquisita manera de situarse ante cualquier realidad, le afecte  o no. Lo importante es manifestar el desacuerdo incluso retorciendo la visión o expresión, imaginando, en ocasiones, lo no sucedido.

—A mi me parece que hacen muy bien y ejercen un deber ciudadano presentando reclamaciones cuando una empresa o entidad comercial ha ofrecido unos servicios y luego no son los acordados. Para eso existen las hojas de reclamaciones en todos los idiomas y dialectos de España.

—No me refiero a esa línea de denuncia que me parece justa y equilibrada de exigencia del cumplimiento de lo ofrecido y pagado. Me remito a algunos ejemplos: Una señora que la pone de los nervios el que una chica trabajadora en una heladería no sepa que “maduixa” (catalán) significa fresa en español y la ridiculiza delante de otros clientes por su ignorancia. Otro ejemplo, la pugna entre partidos políticos con la programación de fiestas patronales, ferias o cualquiera clase de evento. Haga lo que haga uno siempre le lloverán las quejas del otro, y viceversa. Uno más: el tipo aquel que encuentra la sopa demasiado caliente, el filete poco hecho, el vino picado y al camarero con poco desparpajo, para servir en tal restáurate de lujo como es el presente, y todo para no reconocer haber comido opíparamente y que el servicio ha sido inmejorable.

Necesito aceptar, aunque sea para mis adentros que Ciri lleva razón. Pienso que sería más edificante y educado reconocer cuando las demás hacen las cosas bien, incluso comentándoselo con agradecimiento, en vez de caminar con miradas negativistas e  inquisitoriales por la sociedad que compartimos.

—Ciri, hoy te toca invitarme por el mal rato que me has hecho pasar, y una propina holgada a tu compinche el camarero.

—Oído, cocina… —responde con tono elevado, sonrisa complaciente mientras me golpea el hombro con mimo.


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