“Ojalá
cultivemos de manera abierta y responsable, redes de apoyo, para salvar vidas.
No olvidemos que, quitarse la vida o ayudar a quitársela, es una tragedia y un
desamor considerable”.
Vivir no es únicamente
batallar, sino persistir e innovar con los sueños, estar fuerte en el
sufrimiento y alegre al despertar; porque la vida nos ha sido ofrecida para
desvivirse por ella y no abandonarse jamás, lo que requiere un cambio
humanístico en la forma con la que valoramos y respetamos las emociones. Jamás
olvidemos ese innato afán, de creer en lo invisible, tampoco dejemos que esa
esperanza muera. Edifiquemos unidos un mundo donde cada turbación, por dolorosa
que sea, encuentre un espacio para ser escuchada, validada y sanada. Quizás,
por ello, tengamos que tomar conciencia sobre la magnitud del suicidio como
problema de salud pública mundial, haciendo saber a las personas que están
pasando por momentos difíciles que no están solos.
Sentirse protegido es ya un
gran avance, frente a la resignación que es una inmolación cotidiana. Igual sucede
con toda violación de lo auténtico, no es tan sólo una especie de trastorno del
patrañero, sino también una puñalada en la salud de la sociedad humana. Bajo
esta atmósfera enfermiza a más no poder, que no respeta edades, cada suicidio
es una tragedia a una familia, a una comunidad o a todo un país, teniendo
consecuencias duraderas en las personas cercanas a la víctima. En consecuencia,
identificar, evaluar, manejar y dar seguimiento de manera temprana a cualquier
persona afectada por pensamientos y conductas desesperantes, es fundamental
para tomarnos en serio lo de hallarse vivo y con fuerzas para alentar caminos
de luz.
La resistencia pasa por
negarse a llevar un contexto lamentable; por ello es trascendente intentar el
cambio, desafiar, persistir, perseverar, ser fiel a sí mismo, pelear a brazo
partido con el destino, hasta dejarnos el último aliento por existir. Revelarse
contra uno hasta quedar sin fuerzas, plantar cara a las vicisitudes sin miedo,
nos ayudará a redescubrirnos, involucrando a toda la sociedad en la elaboración
de estrategias efectivas, máxime en un momento cuando se tiene recelo a la
pluralidad, resultando complicado hacer familia, porque esa misma sociedad
psicológica y culturalmente se suicida, porque no se entiende, cuestión vital
para asistir y existir en gozosa comunión. Con el tiempo, yo incluso aprendí a
reprenderme, a caminar hacia adelante sin tristeza.
Ojalá cultivemos de manera
abierta y responsable, redes de apoyo, para salvar vidas. No olvidemos que,
quitarse la vida o ayudar a quitársela, es una tragedia y un desamor considerable.
Uno tiene que quererse para poder amarse y amar a los demás, sin tener
aprensión a ser un ser de acción y reacción mística, pues nuestra fuente
viviente radica en el corazón. Todas estas situaciones suicidas son
prevenibles, es un grave problema mundial de salud pública que debe abordarse
imperativamente; puesto que, la vida es un derecho, no la muerte, que debe ser
acogida, nunca suministrada. A propósito, recuerdo que se debe privilegiar
siempre la obligación al cuidado, la custodia sin exclusiones, para que los más
débiles, en particular los ancianos y enfermos, nunca sean descartados.
Conseguida la cátedra
viviente, con el natural equilibrio mental, el juicio recto y la moral como
abecedario de subsistencia, percibiremos la audacia y la firmeza debida, para
sacar el mayor bien a los contratiempos, comenzando por ser más clementes con
nuestros análogos. De ahí, la importancia de dejarnos acompañar y no ser
piedras en el camino, más bien un soplo de buenos deseos fusionado con mil
caricias en la mirada, salvaguardándonos de toda soledad y desolación. No depongamos
la lucha. Que el hábitat de la crueldad cese o lo compartamos; y, al menos, nos
quite el silencio ensordecedor de la indiferencia, recargándonos de enérgica
entereza. En la debilidad, es más fácil sucumbir, que soportar sin tregua una
crónica cargada de dolores, saturada de amarguras.
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