Opinión

Marta Boronat Redondo y la voz luminosa que nace de la sombra

Cristina Grueso García | Viernes, 10 de Octubre del 2025
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Infundio (cuentos del Coco), de Marta Boronat Redondo, es una de esas obras que sorprenden no solo por su contenido, sino también por la madurez que encierra cada una de sus páginas. La autora, natural de Tomelloso y nacida en 2007, demuestra una sensibilidad poética poco común en alguien de su edad. Su libro, galardonado con el II Premio Ana Santos Payán, publicado por La Bella Varsovia, se construye como un conjunto de poemas en prosa donde los miedos, la infancia y la memoria se entrelazan con una delicadeza y una hondura que rozan lo perturbador.

Desde el título, Infundio (cuentos del Coco), la autora nos advierte que nos adentramos en un territorio de rumores, de invenciones que, como los cuentos infantiles, nacen para explicar lo inexplicable y para poner rostro al miedo. El Coco —esa figura ancestral con la que se amenaza a los niños— se transforma aquí en una metáfora del miedo heredado, del trauma que pasa de generación en generación y de las sombras que cada uno guarda en su propio relato interior. No se trata de un simple ejercicio de nostalgia o evocación: Boronat propone un recorrido emocional que desvela las grietas de la identidad, los silencios familiares y las formas invisibles del temor.

El tono del libro es de una sutileza admirable. Cada texto parece una respiración contenida, un susurro que no busca grandes gestos ni metáforas rimbombantes, sino la precisión del temblor. Hay una escritura contenida, cargada de imágenes sensoriales que evocan el calor de la infancia, la amenaza latente y el descubrimiento de la vulnerabilidad. El Coco no es un monstruo externo, sino un símbolo de lo que cada persona arrastra dentro, una sombra que crece a medida que aprendemos a callar. La autora convierte ese mito popular en una herramienta de exploración psicológica, y lo hace con un dominio admirable del ritmo, de la pausa, de la palabra justa.

Leer Infundio es como recorrer una casa antigua en penumbra: cada poema abre una puerta distinta, y en cada estancia hay algo que reconocemos sin querer. Lo que más llama la atención es la voz poética, serena y madura, que no busca provocar con artificios, sino que se impone por su autenticidad. Marta Boronat no teme dejar huecos, silencios, zonas sin resolver; entiende que el lector también debe habitar el texto y enfrentarse a lo que no se dice. En ese sentido, el libro se inscribe en la mejor tradición del poema en prosa contemporáneo, en la línea de autoras que exploran lo íntimo desde la contención y la metáfora velada.

Sin embargo, la obra no está exenta de cierta complejidad. A veces, su ambigüedad exige una lectura atenta, dispuesta a dejarse arrastrar por la atmósfera más que por la narración explícita. No todo lector encontrará en estas páginas un relato lineal o cerrado, pero esa es precisamente una de las virtudes del libro: su capacidad de sostener el misterio sin necesidad de resolverlo. Algunos textos podrían parecer más opacos o fragmentarios, pero en conjunto construyen un universo coherente, donde la fragilidad y la memoria adquieren una fuerza poética difícil de olvidar.

Infundio (cuentos del Coco) es, ante todo, una reflexión sobre el miedo y la palabra. Sobre cómo el lenguaje puede contener lo innombrable y, al mismo tiempo, deformarlo. Es un recordatorio de que las historias que nos contaron de niños siguen vivas, que los fantasmas familiares no desaparecen con el tiempo, sino que cambian de rostro y de voz. Y Boronat, con un estilo sobrio y preciso, nos invita a mirar de frente esas sombras, no para vencerlas, sino para reconocer que forman parte de nosotros.

En tiempos en los que la poesía tiende a lo inmediato o a la pura exhibición emocional, este libro destaca por su madurez y por su apuesta estética. Marta Boronat Redondo escribe con una calma inquietante, con un pulso que recuerda que el miedo puede ser también una forma de conocimiento. Su Infundio no se lee solo con los ojos, sino con esa parte del cuerpo donde guardamos los temblores antiguos. Es, en definitiva, un debut que confirma que la literatura sigue siendo el lugar donde lo inefable encuentra su voz, donde incluso el Coco —ese viejo monstruo de la infancia— puede convertirse en poesía.

Mi más sincera admiración y enhorabuena. 


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