Con pasión, no con cariño,
te busqué muchas mañanas;
mi ansia no era de niño,
ni mis ideas eran sanas.
Me sentía desconcertado
por tu forma y tu figura
que ambas eran de mi agrado
y mucho más tu hermosura.
Te anhelaba sin respeto,
para mí no eras mujer
sino tan sólo un objeto
que quería poseer
llevado por la lujuria,
por la libido arrastrado,
obrando de forma espuria,
a ciegas, obnubilado.
Pero en un extraño día,
cansado ya, fruncí el ceño,
al tener siempre ese empeño
con total monotonía,
y por rara circunstancia,
de forma no intencionada,
olvidaste la mirada
con tu normal elegancia,
y esa forma de mirar,
esa expresión de tus ojos,
me hizo postrarme de hinojos
y comenzarte a adorar,
empezando a adivinar
dónde estaba tu grandeza:
no tan solo en tu belleza
sino en tu forma de obrar.
Y en poco tiempo advertí
que era tu genio y tu forma,
tu bien hacer y tu norma,
lo más hermoso de ti;
que tu manera de ser
en mi yo provocaría
algo que no empecería
mi culto hacia ti, mujer.
Bastaría con que al mirarte
me tornases la mirada
y la dejases clavada
de mi alma en cualquier parte,
y si siendo generosa
quisieras llevarme al cielo,
mírame, ese es mi anhelo,
que no prefiero otra cosa.
Así pues, querida mía,
preciosa hada hechicera,
te llevo en el alma mía,
mas de distinta manera.
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Domingo, 12 de Octubre del 2025
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