Hace años, cuando echaba a andar nuestra recién estrenada democracia, determinada política, no diré de qué partido, iniciaba también su andadura por este flexible, escurridizo, a veces hipócrita y desconcertante mundo. Cierto día, quien escribe tomaba café con unos amigos en un bar encontrándose allí también la política en cuestión. Pues bien, en un determinado momento se acercó a saludarme de una manera tan efusiva que me hizo pensar cuando demonios le había salvado yo la vida. Nos conocíamos de vista, pero utilizó ese pequeño trampolín en época electoral para saltar a una aparente amistad inexistente. Tiempo más tarde consiguió salir elegida…y ya ni me saludaba por la calle cuando nos cruzábamos.
Cuando alguien tiene una dimensión personal escasa cualquier cargo al que acceda o responsabilidad pública que ejerza, supondrá sin duda una intoxicación mental inmediata, que al contrario si tiene altura y calidad personal, esas responsabilidades por importantes que sean se verán digeridas con naturalidad pues estará por encima del cargo.
Un síntoma que no suele fallar a la hora de comprobar la verdadera dimensión humana de una persona a la que se confía una determinada responsabilidad, radica en el hecho de cambiar o no la actitud de su comportamiento hacia los demás. Si la mantiene será buena señal, pero si se muestra altanera, no habrá duda de que sufre indigestión mental. Persona y cargo, dimensión y responsabilidad, buen tabulador para conocer la calidad interior de cada cual.
Siempre valoré el comportamiento uniforme de las personas a través del tiempo. Aquellas que pese a triunfar en la política, en los negocios o en cualquier faceta de la vida, mantuvieron con naturalidad el mismo estilo en su trato. Ahora vienen a la memoria amigos y compañeros que llegaron muy lejos en sus ilusiones y siguieron siendo los mismos que cuando nos subíamos de chavales a los tejados o le dábamos patadas al balón. Transformar el comportamiento por mor de ser más rico o poderoso delata una pobreza mental llena de “simplejos” que así llamo yo a los complejos de los incapaces y trincones.
La verdadera dimensión de una persona la calibran siempre quienes están frente de ella y sin espejos. De ahí que las declaraciones de determinados políticos o políticas echándose inciensos y flores sobre la honestidad mantenida, resulta ser cuanto menos algo indecoroso y sospechoso de lo contrario.
Hoy afortunadamente, formamos parte de una sociedad donde todos jugamos sobre el mismo tapete, ocupando unas casillas individuales que poseen idénticas dimensiones, versus dignidades. Que al fin y al cabo somos piezas de este enorme ajedrez en el que cada cual tiene una importante función cualquiera que sea su lugar.
Y es que, como reza un viejo proverbio italiano: “Después de la partida, rey y peón vuelven siempre a la misma caja”. ¿Qué otra cosa es si no la democracia?
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