Opinión

Que no pasa nada

Elena Silvela Martínez Cubells | Jueves, 19 de Abril del 2018
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Aparentar que no pasa nada es un arma automática. Un apañado mecanismo de defensa universal. Un recurso inconsciente que se conecta con precisión en el momento en que la mala noticia cae en la vida de uno cual bomba nuclear y lo invade todo. Es el arma más común del ser humano contra los desastres.

Contra el infortunio. Porque nada cuesta tanto como aceptar que el destino ha dejado de ser benévolo para caminar por la senda de la adversidad. Porque el sufrimiento, ya sea propio o de alguien a quien se quiere, es insoportable y se prefiere la opción de ver con ojos ciegos, pretender que nada ocurre. La fantasía juega un papel clave, junto con la inagotable esperanza, esa doña de la que nadie se desprende hasta ser estrictamente imprescindible.

No estamos preparados para los malos momentos. Nunca lo estamos. Llegan de repente y el susto suele resultar mortal, lacerante. Arde el alma y el cuerpo se contrae. La mente no es capaz de creerlo y pasa por momentos de nebulosa. Muchas veces, el llanto no llega y se enquista en las entrañas. Asimilar malas noticias es una tarea ingrata y larga. Muy larga. El mecanismo de hacer que nada ocurre es fácil. Lo tienen hasta los más infantes. Véase  el ejemplo del  niño que no se cree que va a ingresar en un quirófano hasta que se encuentra rodeado de batas verdes.

No pasa nada. Todo es un sueño. No es para tanto. Qué exageración. No puede ser tan grave como me lo han pintado. Seguro que mañana despierto y todo ha cambiado. Miles y miles de pensamientos como los anteriores protegen al doliente. No es capaz de conciliar su vida con lo que le espera. Poco a poco, lo que parece monstruoso se integra en el día a día y deja de doler como antaño. Junto con lo malo se mezclan sonrisas, ademanes de ánimo, apoyos y abrazos que amortiguan los momentos de desesperación. Y la vida sigue.

Lo recuerdo muchas veces. El dolor no tiene máscara. Ni gente selecta. Le puede tocar a cualquiera. No distingue entre pobres o ricos, entre poderosos o débiles. El que es afortunado deja de pronto de serlo para enfrentarse a los días más horribles de su honorable y digna vida.

Al hilo de esto, un pensamiento recurrente. Despreciar al de enfrente suele incrementar las posibilidades de pasar por una etapa dolorosa. No tengo base científica para esta última afirmación; pero en mi fuero interno sé que ocurre así.  

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