Opinión

Seamos constructores amando; no destructores, con simientes de odio

Víctor Corcoba Herrero | Domingo, 23 de Noviembre del 2025
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 “Es una pena que todos queramos ser señores y muy pocos servidores, amos y tampoco ninguno el dueño de sí mismo, para aprender a reprendernos, que es como se avanza en concordia”. 

Prolifera por el planeta la inhumanidad, para desgracia colectiva, creyéndose con todo el poder del mundo, confiándolo al pedestal de la fuerza, con hechos violentos verdaderamente destructivos, incapaces de reconstruir nada, porque sus simientes son de venganza y odio. El testimonio lo tenemos en buena parte del orbe; donde las personas más débiles suelen liderar abecedarios de entendimiento, pero aún siguen enfrentándose al racismo y a la intimidación en las calles, a menudo mientras compaginan el cuidado del hogar y la familia. En efecto, cada día son más los seres humanos indefensos, que se mueven atemorizados y aterrorizados por un ambiente salvaje, sin condescendencia alguna. Precisamente, este empedrado latir, suele tener su origen en la falta de convicción moral. 

Bajo la globalización del contexto destructivo, hasta nos quedamos sin corazón; puesto que, la ciudadanía está desafortunadamente llena de discordia. No se trata únicamente de que tengamos guerras aquí o allá, es que la violencia en cuanto tal, siempre está potencialmente presente, como un endemoniado en guardia constante. La misma discrepancia asume formas terroríficas y espantosas, que nos dejan sin palabras. Hay que moderarse, dejándose contemplar internamente, para ver que el agua es más fuerte que la roca o que el amor es más enérgico que la ira.  Por tanto, hemos de avivar el deseo de vivir una vida normal. Observemos la triste mirada de esos niños rodeados por el terror y la hecatombe. ¡Reflexionémoslo!, al menos.  

La humanidad tiene el deber de hermanarse, no puede continuar por más tiempo en la decadencia, requiere un cambio de atmósfera vital. No podemos consentir que nos inunde la desesperanza, o que la furia se convierta en algo normal, permaneciendo indiferentes. Destruirse uno a sí mismo es la deshumanización más cruel que una generación puede aportar. Seamos entusiastas de vida; el buen juicio, no necesita de la barbarie. Volvamos a ser ciudadanos de verbo en verso, personas de bondad y verdad; gentes de bien y concordia, agentes sin miedo a los ideales de los demás, autores auténticos de mística creativa, con fe en la misión de amar el amor. Hacer un alto en el camino puede ser un buen propósito. Tal vez, entonces, descubramos que la brutalidad sólo la frena el perdón.

Sea como fuere, si cuando fuiste martillo no tuviste clemencia, ahora que eres yunque, ten paciencia para que todo pueda corregirse. Nunca vaciles en tender la mano al análogo, como tampoco titubees en aceptar los abrazos que otro te extiende, somos seres en comunión y en unión de pulsos y pausas. Nada avanza por sí mismo o por uno mismo, precisa de la unidad, sobre todo en las cosas necesarias; y en todas, siempre la compasión. No tiene sentido, pues, sublevarse por nada. Uno tiene que dignificarse, jamás indignarse. La rabieta, como el berrinche, es la actitud de los soberbios que viven, continuamente, con la ilusión de ser más de lo que son. Olvidamos, con demasiada frecuencia, que formamos parte de un mismo tronco, y que más que sentirse poder, hemos de sentirnos poesía.

Desde luego, es una pena que todos queramos ser señores y muy pocos servidores, amos y tampoco ninguno el dueño de sí mismo,  para aprender a reprendernos, que es como se avanza en concordia. Esto nos exige destronar y derrotar de nuestros horizontes la rabia sembrada, tanto la  enquistada por violencia física como la inflamada por violación en las habladurías, un grotesco estímulo que nos lleva al choque y al furor en la mirada. Sin duda, el momento nos llama a rebajarnos, a no endiosarnos más, para arreglar cuentas propiciadas por la enemistad manifiesta, que nos está triturando el alma de rencores y salvajismos. Nos toca poner en valor el quererse los unos a los otros, con espíritu donante. Será una buena técnica para fraternizarnos y no hundirnos en la maldad.


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