Cerraba los ojos y sentía la lluvia dibujando mapas visibles sobre su piel, caminos que lo llevaban a prados bañados por el sol, a calles empedradas donde el tiempo era suave y dulce y a manos que lo habían sostenido sin preguntar, dentro de su pecho los recuerdos palpitaban con la fuerza de un río que nunca se detiene, mientras fuera, el mundo sigue Indiferente.

El agua caía sobre su rostro y sobre los muros fríos, y por un instante, la prisión se deshacía en un suspiro cada charco reflejaba cielos que él conocía, nubes que alguna vez había contemplado tumbado sobre la hierba, la lluvia le recordaba que la memoria era un refugio donde todavía podía correr, tocar, amar y reír. Y aunque los barrotes marcaban su presente, su corazón viajaba libre, danzando entre tormentas y tardes pasadas, sabiendo que la vida, aunque lejos, seguía latiendo dentro de él.

Él pensaba que volver a casa no es cruzar una puerta, es atreverse a entrar en uno mismo, es dejar caer el peso del pasado, lavarse con la lluvia de lo vivido y aceptar las grietas como pago y experiencia, para ver la luz. Pensó que volver a casa es reconciliarse con el silencio, sentarse con los recuerdos sin miedo, y descubrir que el perdón también sabe abrir ventanas. A veces la libertad no espera fuera y nace cuando el alma se reconoce y ese conocimiento permanece.